Ves en la ciudad como desaparecen los viejos y espaciosos cafés, los cines, las librerías. Un día se cierran. Llegan las obras. Y pronto los anuncios luminosos te indican la apertura en esa superficie de un banco, sucursal de una de esa docena de bancos o cajas de ahorro que corren todas las calles de tu ciudad. Para qué, te preguntas, realmente, ¿son tan necesarios? ¿Que imprescindible función tienen?
Vivir de ti. Especular. Enriquecerse. Ni cultura ni educación ni entretetenimiento. Solamente buscan acaparar dinero para operar con él y engrosar sus beneficios. A cambio de ello, conforman tu vida, te esclavizan, te convierten en rehén de sus negocios. Una gigantesca farsa sobre la que se erige la llamada economía liberal. Te conviertes en su esclavo. Te convencen de que son necesarios para ti, para tu vida. Para guardar tu dinero, si lo tienes, para pagar tus recibos, para cobrar tus nóminas, para encauzar tus compras, y como por todos los servicios te cobran, para vivir a costa tuya. Para ellos vivir mejor y tú cada vez más limitadamente. Un maldito negocio que conforma la pirámide de un sistema en el que tú, ciudadano, eres la pieza a cobrar. Y los políticos intentan convencerte de semejante necesidad. De que sin sus ganancias el sistema se hunde. Por eso cuando los beneficios decrecen, benbeficios cuyas cifras exorbitantes desbordan tus conocimientos, les inyectan los poderes públicos dinero. Los banqueros son voraces. No pueden dejar de engordar sus cuentas. Vayamos todos en su auxilio gritan a través de los medios que lacayunamente les sustentan. Necesitan tu sangre para alimentarse, tu trabajo para inflarse. Y así, en tu ciudad, los bancos se multiplican en todas las esquinas de sus calles. Te has acomodado a ellos. No necesitas caminar mucho rato en su busca: a cada paso encuentras un a sucursal. Ellos te esperan. Desgraciados, nos dicen, ¿qué sería de vosotros sin nuestra protección? Y tú callas, otorgas, aceptas, y resignada y pasivamente aceptas su ley.
Estamos implantando un sistema de comunicación a escala mundial, sustentado en raquíticas líneas de pensamiento. K. Krauss
miércoles, 25 de febrero de 2009
jueves, 12 de febrero de 2009
De cacerías
Viejo deporte feudal y aristocrático. Y político. Hasta religioso. Para reyes, nobles y allegados. Allí se forjan amistades, negocios, se obtienen favores, se enredan amantes, se perpetran guerras, se traman conspiraciones. Allí es la crueldad ejercida contra los animales, donde se fomenta y exhibe el machismo, donde se desnuda la miseria humana. Deporte viejo. Que no se extingue. Cacerías organizadas para las clases poderosas, para los hombres infgluyentes. Cacerías de trasfondo económico para fomentar corrupciones sin cuento. Cacerías para ministros, banqueros, jueces, obispos, Presidentes de Comunidades, de Estado, Alcaldes. Ya existen también mujeres expertas en cacerías, como Esperanza Aguirre. Cacerías para abatir presas dóciles o indefensas, carnaza para periodistas serviles y prensas o televisiones basura. Para terroristas expertos en extraser dinero fácil de la construcción, la prostitución organizada. Para facilitar negocios y transacciones bancarias o de otra índole. Para modelar actos electorales. Para convertirse en espejo de la terrible bajeza de nuestra sociedad, de un mundo ortganizado como una cacería. Expertos en acotar terrenos, desarrollar armas mortíferas para exterminar indefernsos animales. Algún día serán seres humanos. El franquismo era experto en organizarlas. Pero no se han olvidado. Política. Democracia.
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La Linterna del S. XXI
- Andrés Sorel. Escritor.
- Edición, Twiggy Hirota.