No. No me he vuelto loco ni estoy tratando el tema de los nacionalismos, que sea del tipo que sean apestan a reacción. Únicamente me encuentro invadido por una ola de repugnancia, tristeza y amargura, cada vez que pienso en que se ha convertido el país donde nací y vivo, por culpa de unos personajes rechazables que nos gobiernan, en la política, la economía o la cultura. Seres corruptos nos invaden por doquier. Difícilmente el latrocinio alcanzó cotas tan inimaginables. Y envuelto en ese desdichado nombre de España según se utiliza en múltiples aspectos por la historia -la que se estudia en libros o se contempla en seriales, lee en libros, encontramos en monumentos o callejeros, nombres que van desde los Reyes Católicos a Torquemada o Franco- la esperpéntica ocurrencia de quienes andan por el mundo ridiculizándose a si mismo y al producto que quieren vender: marca España la denominan.
A lo largo de los años el cine y la literatura han popularizado determinadas "marcas" de célebres asesinos, mafiosos, individuos estafadores o sanguinarios, grupos criminales. Y lógicamente, de innumerables empresas comerciales. Ahora España tiene su propia marca: la de la corrupción. Ya no es el chauvinismo rancio, el folklorismo barato, las fiestas religiosas o paganas lo que se exporta: ahora es el enriquecimiento ilícito, la chulería y prepotencia de los ladrones de corbata -por favor, ¡cómo iba Bárcenas a declarar ante el Juez sin ella, si es el signo distintivo de su clase- el chalaneo de los paraísos fiscales. Y así al torero o futbolista de moda, a la tonadillera o el Julio Iglesias de turno, a la Duquesa de Alba o la baronesa Thyssen, a la Virgen del Rocío o San Fermín, a la Moreneta o el caballo de Santiago, suceden los sacrificados por el pueblo: Rajoy, Cospedal, Montoro, o personajes menos respetados -al menos hoy, que cuando mascaban poder lo eran- como el Bigotes, su amiguito del alma, o los variados apéndices de lo que parece simple marca de quesos, Gurtel.
Como es mejor no tocar el patriotismo de la familia regia, de los deportistas de élite o empresarios de altos vuelos investigando sus cuentas o el lugar donde depositan sus ahorrillos, se tapa el terrorismo económico con ríos de tinta impresa o hablada para hacer ver que la justicia es una cosa muy seria, y a algunos se les castiga con leves vacaciones penitenciarias, aunque no tardan mucho en regresar como protagonistas a televisiones o seriales y sobre todo a su vida de lujo que sus impolutos dineros bien guardados por honorables bancos del latrocinio ajeno les permiten llevar hasta que se mueran.
España. Pobre país lacayo del imperio tan criminal como retrógrado en su ética y formas de vida que conforman los Estados Unidos de América. España, colonizada por sus aviones, bases militares, colaboradora del terrorismo que ejerce sobre otras naciones, supeditada a sus imposiciones culturales asumidas desde el cine, la música, los deportes, la comida o la repugnante ideología puritana -que convive al tiempo con los execrables mundos de la prostitución y la droga o los repugnantes predicadores de la represión y el rifle, con las leyes racistas y discriminatorias y las mafias que controlan los mundos de la degradación sexual y moral.
Lacayos de Estados Unidos, siervos de la Europa de los bancos y las oligarquías dominantes, esclavos de un lenguaje que deforma hasta los límites más sarcásticos y miserables que podamos imaginar la realidad del empobrecimiento económico, social y cultural de esa marca que intentan vender en los mercados del mundo con el nombre de España.
¿Cómo combatir esta representación del esperpento que se denomina democracia? Si existiera una oposición real, ésta no debería participar en la farsa. Abandonaría simplemente el teatro en el que la mayor parte de sus actores son neofascistas: que lo ocuparan éstos solamente, que sus representaciones no contaran otros espectadores que ellos mismos, que en el Parlamento y el Senado hablaran y legislaran para sus oídos. ¿Y los medios de comunicación? Que también dejaran de acercar sus rostros, cámaras, plumas y micrófonos en las patéticas ruedas de prensa. Que no colaboraran con sus vergonzosas informaciones. También ellos -no nos referimos a los que trabajan con sueldos cada vez más empobrecidos, en peores condiciones, a los que van recortando sus espacios de libertad- sino a los dueños físicos al servicio de las multinacionales de los medios, a los bien remunerados señores y señoras de la opinión que participan en este siniestro tinglado al servicio de la marca España -¡sólo nos falta la concesión de las Olimpiadas!- esa marca de la que hablan los neo analfabetos -sean ministros o bien chaqueteados miembros de las reales Academias, los prepotentes sobre todo dueños de la palabra discípulos de Goebels, o los pícaros de la peor especie, que llevan el estigma de la corrupción política, económica o ética, que de ideas no pueden hablar quienes son incapaces de distinguir consignas y preceptos catequísticos de pensamientos, en sus genes.
España, sin todos ellos, no necesitaría de marcas. Y hablaríamos de sus hermosos paisajes, de sus poetas y artistas, de sus gentes explotadas, de los nombres negados y borrados de la historia oficial que responden a quienes lucharon, sufrieron, fueron perseguidos o asesinados, por intentar que no se contaminaran sus tierras fértiles y hermosas, los espacios en que querían habitar en la libertad, la igualdad, la auténtica justicia del progreso humano, por esa caterva de aves carroñeras que la emponzoñan. ¡Qué hermosa sería España sin reyes, nobles, aristócratas, banqueros, cardenales!
Para contrarrestar a quienes babosean sobre esas dos palabras, marca España, habría que hablarse cada vez más, sin miedos ni autocensuras, del papel que juegan quienes hoy son, en su mayoría, rostro, voz o tinta impresa de la opinión pública. Que denunciarse la atroz censura que ejercen los dueños u ocupantes de esos espacios públicos. Sabemos que para los que tienen realmente algo que decir, y necesitan dialogar con los miles de españoles desprovistos de voz, todos los medios públicos de información y opinión les están negados y han de recurrir, mientras no se los cercenen, a los de la red que culebrea con otros pensamientos e ideas a través de internet. Los payasos, los verborreicos y estúlticos locutores, presentadores, tertulianos, escribidores que todos hemos de soportar, son la única voz que salvo excepciones, merecen el desprecio y el silencio. Ya está bien. Para la necesaria rebelión no importa se sea viejo o joven, se vista con andrajos o con traje de marca. Cuentan la dignidad, la sinceridad, la diferencia, la inteligencia y la ética. Son quienes conforman el partido de los que no quieren ser esclavos o resignados y conformistas. Incorrectos frente a los correctos. Los únicos capacitados para alentar la utopía de que un día podamos habitar en un país que no nos dé vergüenza, en el que nos sintamos confortados y felices. Esa España que arrojara a las tinieblas a todos aquellos que pregonan y propugnan su "marca" para enriquecerse, mantenerse en el poder y explotar e intentar despersonalizar, oscurecer la inteligencia y la libertad de la mayor parte de los ciudadanos.
A lo largo de los años el cine y la literatura han popularizado determinadas "marcas" de célebres asesinos, mafiosos, individuos estafadores o sanguinarios, grupos criminales. Y lógicamente, de innumerables empresas comerciales. Ahora España tiene su propia marca: la de la corrupción. Ya no es el chauvinismo rancio, el folklorismo barato, las fiestas religiosas o paganas lo que se exporta: ahora es el enriquecimiento ilícito, la chulería y prepotencia de los ladrones de corbata -por favor, ¡cómo iba Bárcenas a declarar ante el Juez sin ella, si es el signo distintivo de su clase- el chalaneo de los paraísos fiscales. Y así al torero o futbolista de moda, a la tonadillera o el Julio Iglesias de turno, a la Duquesa de Alba o la baronesa Thyssen, a la Virgen del Rocío o San Fermín, a la Moreneta o el caballo de Santiago, suceden los sacrificados por el pueblo: Rajoy, Cospedal, Montoro, o personajes menos respetados -al menos hoy, que cuando mascaban poder lo eran- como el Bigotes, su amiguito del alma, o los variados apéndices de lo que parece simple marca de quesos, Gurtel.
Como es mejor no tocar el patriotismo de la familia regia, de los deportistas de élite o empresarios de altos vuelos investigando sus cuentas o el lugar donde depositan sus ahorrillos, se tapa el terrorismo económico con ríos de tinta impresa o hablada para hacer ver que la justicia es una cosa muy seria, y a algunos se les castiga con leves vacaciones penitenciarias, aunque no tardan mucho en regresar como protagonistas a televisiones o seriales y sobre todo a su vida de lujo que sus impolutos dineros bien guardados por honorables bancos del latrocinio ajeno les permiten llevar hasta que se mueran.
España. Pobre país lacayo del imperio tan criminal como retrógrado en su ética y formas de vida que conforman los Estados Unidos de América. España, colonizada por sus aviones, bases militares, colaboradora del terrorismo que ejerce sobre otras naciones, supeditada a sus imposiciones culturales asumidas desde el cine, la música, los deportes, la comida o la repugnante ideología puritana -que convive al tiempo con los execrables mundos de la prostitución y la droga o los repugnantes predicadores de la represión y el rifle, con las leyes racistas y discriminatorias y las mafias que controlan los mundos de la degradación sexual y moral.
Lacayos de Estados Unidos, siervos de la Europa de los bancos y las oligarquías dominantes, esclavos de un lenguaje que deforma hasta los límites más sarcásticos y miserables que podamos imaginar la realidad del empobrecimiento económico, social y cultural de esa marca que intentan vender en los mercados del mundo con el nombre de España.
¿Cómo combatir esta representación del esperpento que se denomina democracia? Si existiera una oposición real, ésta no debería participar en la farsa. Abandonaría simplemente el teatro en el que la mayor parte de sus actores son neofascistas: que lo ocuparan éstos solamente, que sus representaciones no contaran otros espectadores que ellos mismos, que en el Parlamento y el Senado hablaran y legislaran para sus oídos. ¿Y los medios de comunicación? Que también dejaran de acercar sus rostros, cámaras, plumas y micrófonos en las patéticas ruedas de prensa. Que no colaboraran con sus vergonzosas informaciones. También ellos -no nos referimos a los que trabajan con sueldos cada vez más empobrecidos, en peores condiciones, a los que van recortando sus espacios de libertad- sino a los dueños físicos al servicio de las multinacionales de los medios, a los bien remunerados señores y señoras de la opinión que participan en este siniestro tinglado al servicio de la marca España -¡sólo nos falta la concesión de las Olimpiadas!- esa marca de la que hablan los neo analfabetos -sean ministros o bien chaqueteados miembros de las reales Academias, los prepotentes sobre todo dueños de la palabra discípulos de Goebels, o los pícaros de la peor especie, que llevan el estigma de la corrupción política, económica o ética, que de ideas no pueden hablar quienes son incapaces de distinguir consignas y preceptos catequísticos de pensamientos, en sus genes.
España, sin todos ellos, no necesitaría de marcas. Y hablaríamos de sus hermosos paisajes, de sus poetas y artistas, de sus gentes explotadas, de los nombres negados y borrados de la historia oficial que responden a quienes lucharon, sufrieron, fueron perseguidos o asesinados, por intentar que no se contaminaran sus tierras fértiles y hermosas, los espacios en que querían habitar en la libertad, la igualdad, la auténtica justicia del progreso humano, por esa caterva de aves carroñeras que la emponzoñan. ¡Qué hermosa sería España sin reyes, nobles, aristócratas, banqueros, cardenales!
Para contrarrestar a quienes babosean sobre esas dos palabras, marca España, habría que hablarse cada vez más, sin miedos ni autocensuras, del papel que juegan quienes hoy son, en su mayoría, rostro, voz o tinta impresa de la opinión pública. Que denunciarse la atroz censura que ejercen los dueños u ocupantes de esos espacios públicos. Sabemos que para los que tienen realmente algo que decir, y necesitan dialogar con los miles de españoles desprovistos de voz, todos los medios públicos de información y opinión les están negados y han de recurrir, mientras no se los cercenen, a los de la red que culebrea con otros pensamientos e ideas a través de internet. Los payasos, los verborreicos y estúlticos locutores, presentadores, tertulianos, escribidores que todos hemos de soportar, son la única voz que salvo excepciones, merecen el desprecio y el silencio. Ya está bien. Para la necesaria rebelión no importa se sea viejo o joven, se vista con andrajos o con traje de marca. Cuentan la dignidad, la sinceridad, la diferencia, la inteligencia y la ética. Son quienes conforman el partido de los que no quieren ser esclavos o resignados y conformistas. Incorrectos frente a los correctos. Los únicos capacitados para alentar la utopía de que un día podamos habitar en un país que no nos dé vergüenza, en el que nos sintamos confortados y felices. Esa España que arrojara a las tinieblas a todos aquellos que pregonan y propugnan su "marca" para enriquecerse, mantenerse en el poder y explotar e intentar despersonalizar, oscurecer la inteligencia y la libertad de la mayor parte de los ciudadanos.