Número 39.
31 de octubre 2012
EL CÁNCER DE LOS PÚLPITOS, RELIGIOSOS O MEDIÁTICOS
La novela es la epopeya de un mundo sin dioses, escribió el húngaro G. Lukács. Pero desgraciadamente la novela no cotiza en los mercados, no influye en las decisiones de los grandes empresarios, no mezcla su lenguaje con el que se emplea en las leyes, contratos de trabajo o tratamiento de los delitos de corrupción o terrorismo económico, es alejada de las cámaras fuertes y secretas donde, sea en países del primer mundo, como la vieja y despreciable Suiza, o paraísos tropicales al servicio del fisco donde se refugian las grandes fortunas de los "patriotas" negreros de España, Portugal, Grecia, Italia, cualquier otro país, se esconde el fraude, la corrupción y el desorden del mundo que llaman democrático. La novela no elige o derriba gobiernos. Los púlpitos sí. Y esto ha sido así a lo largo de la historia. Desde su origen, en los púlpitos de la iglesia, de todas las iglesias, las que miran al Vaticano, la Meca, los templos de cualquier otra religión. Púlpitos administrados, dirigidos y ocupados por quienes buscan la sujección, embaucamiento, destrucción mental, anulación de la libertad de los pueblos: personajes que con una u otra calificación identificamos con el nombre de sacerdotes. Bastan unas líneas, éstas sí plenamente acertadas, de Nietzsche para definirlos., y fundamentar por qué arrastramos este cáncer, el de la más profunda y peligrosa metástesis existente, que se inocula desde los púlpitos en los ciudadanos, todos los púlpitos de todas las iglesias y confesiones del mundo.
Escribe:
El sacerdote mismo se halla reconocido como lo que es, como la especie más peligrosa de parásito, como la auténtica araña venenosa de la vida.
La "mentira santa" es común a Confucio, al Código de Manú, a Mahoma, a la Iglesia cristiana; no falta en Platón: "la verdad existe". Esto significa, en cualquier lugar que se escriba, que el sacerdote miente.
Como si la humildad, la castidad, la pobreza, en una palabra la santidad, no hubieran causado hasta ahora a la vida un daño indeciblemente mayor que cualesquiera horrores y vicios.
Mientras el sacerdote, ese negador, calumniador, envenenador profesional de la vida, siga siendo considerado como una especie superior de hombre, no habrá respuesta a la pregunta: ¿qué es la verdad?.
Hoy los púlpitos se han desdoblado añadiendo al tradicional un nuevo escenario: a las iglesias, templos, lugares cerrados o abiertos de culto religioso se ha unido otra tribuna más luminosa, coloreada, cínica y desvergonzada, atrayente y embaucadora con su virtualidad técnica y lenguaje nocivo para miles de millones de personas: los platós de televisión. Quienes controlan y dirigen económicamente esos platós púlpitos no aparecen visibles y disfrazados por rancios trajes talares o hábitos malolientes o eclesiales: son los que administran con diseños y modas sofisticadas el terrorismo económico que campa a sus anchas desde los grandes bancos y negocios que dirigen el mundo. Les han puesto el nombre de mercados para que nadie puede identificarlos con rostro y apellidos y en su caso intentar combatirles, responder a la violencia, que a través de sicarios o policias y fuerzas represivas les sirve para imponer sus leyes, con la violencia de la contestación revolucionaria. Y pasivamente, alienadamente, los ciudadanos de cualquier parte del universo se dejan llevar por sus sermones y prédicas consumistas en vez de apocalípticas y mesiánicas. Han sustituido al viejo Dios bíblico por el moderno billete de banco: todos le buscan, persiguen, adoran, por esquivo e inalcanzable que se muestre para la mayoría, como pasaba y sigue pasando con el otro que habita en los Cielos. Y los catecismos y libros sagrados encuentran su nuevo reflejo en los mensajes publicitarios.
En la novela el héroe es un héroe problemático que se mueve a través del creador en un mundo igualmente problemático, suyo o ajeno, y en el que habitan las dudas. A través de los púlpitos no existen héroes que alimenten dudas: solo pasivos y resignados ciudadanos que aceptan las certezas de sus explotadores emabucadores.
La duda es la antítesis de la certeza. Cuestiona la verdad que se pretende imponer por la sinrazón o la fuerza. Las dudas son peligrosas. Jueces y policías se encargan de reprimirlas. Predicadores religiosos o mediáticos persiguen ahuyentarlas. Las dudas habitan en la novela. En el púlpito eclesial, en el plató televisivo o las columnas de los periódicos y revistas solo se mueven las certezas del dogma al servicio de los funcionarios que poseen el poder y las armas: conforman su única razón.
Púlpìtos religiosos. Púlpitos mediáticos. Si en vez de organizaciones burocráticas y funcionariales existieran otras -hablamos de políticas y sindicales- libres y revolucionarias, éstas se encargarían de encontrar medios para combatirlos, destruir su poder, inoculación de un mal que solo puede conducir a la muerte.
Escribe:
El sacerdote mismo se halla reconocido como lo que es, como la especie más peligrosa de parásito, como la auténtica araña venenosa de la vida.
La "mentira santa" es común a Confucio, al Código de Manú, a Mahoma, a la Iglesia cristiana; no falta en Platón: "la verdad existe". Esto significa, en cualquier lugar que se escriba, que el sacerdote miente.
Como si la humildad, la castidad, la pobreza, en una palabra la santidad, no hubieran causado hasta ahora a la vida un daño indeciblemente mayor que cualesquiera horrores y vicios.
Mientras el sacerdote, ese negador, calumniador, envenenador profesional de la vida, siga siendo considerado como una especie superior de hombre, no habrá respuesta a la pregunta: ¿qué es la verdad?.
Hoy los púlpitos se han desdoblado añadiendo al tradicional un nuevo escenario: a las iglesias, templos, lugares cerrados o abiertos de culto religioso se ha unido otra tribuna más luminosa, coloreada, cínica y desvergonzada, atrayente y embaucadora con su virtualidad técnica y lenguaje nocivo para miles de millones de personas: los platós de televisión. Quienes controlan y dirigen económicamente esos platós púlpitos no aparecen visibles y disfrazados por rancios trajes talares o hábitos malolientes o eclesiales: son los que administran con diseños y modas sofisticadas el terrorismo económico que campa a sus anchas desde los grandes bancos y negocios que dirigen el mundo. Les han puesto el nombre de mercados para que nadie puede identificarlos con rostro y apellidos y en su caso intentar combatirles, responder a la violencia, que a través de sicarios o policias y fuerzas represivas les sirve para imponer sus leyes, con la violencia de la contestación revolucionaria. Y pasivamente, alienadamente, los ciudadanos de cualquier parte del universo se dejan llevar por sus sermones y prédicas consumistas en vez de apocalípticas y mesiánicas. Han sustituido al viejo Dios bíblico por el moderno billete de banco: todos le buscan, persiguen, adoran, por esquivo e inalcanzable que se muestre para la mayoría, como pasaba y sigue pasando con el otro que habita en los Cielos. Y los catecismos y libros sagrados encuentran su nuevo reflejo en los mensajes publicitarios.
En la novela el héroe es un héroe problemático que se mueve a través del creador en un mundo igualmente problemático, suyo o ajeno, y en el que habitan las dudas. A través de los púlpitos no existen héroes que alimenten dudas: solo pasivos y resignados ciudadanos que aceptan las certezas de sus explotadores emabucadores.
La duda es la antítesis de la certeza. Cuestiona la verdad que se pretende imponer por la sinrazón o la fuerza. Las dudas son peligrosas. Jueces y policías se encargan de reprimirlas. Predicadores religiosos o mediáticos persiguen ahuyentarlas. Las dudas habitan en la novela. En el púlpito eclesial, en el plató televisivo o las columnas de los periódicos y revistas solo se mueven las certezas del dogma al servicio de los funcionarios que poseen el poder y las armas: conforman su única razón.
Púlpìtos religiosos. Púlpitos mediáticos. Si en vez de organizaciones burocráticas y funcionariales existieran otras -hablamos de políticas y sindicales- libres y revolucionarias, éstas se encargarían de encontrar medios para combatirlos, destruir su poder, inoculación de un mal que solo puede conducir a la muerte.