viernes, 19 de junio de 2009

No caminaré muerto

-¿Pero nunca escribirás de algo positivo, es que no sabes reir, nada te contenta, todo has de verlo desde el lado oscuro, negativo?
- Verlo, Tal vez sea ese el problema. A lo mejor si fuese ciego, totalmente ciego, me estaría todo el día riendo. Porque no contemplaría la televisión, ni leería los periódicos, ni repararía en la presencia carroñera de los ejecutivos, de los políticos cínicos, los banqueros o empresarios corruptos, los jueces y obispos eternamente represivos, ni alcanzaría a detenerme en el espectáculo de la pobreza y miseria exhibida por niños, viejos, la degradación de las mujeres explotadas sexualmente en las calles o en las pasarelas de moda o en los anuncios publicitarios, y menos tendría que soportar la exibición icónica de las grandes fiestas sociales o económicas o incluso denominada culturales. Si fuese ciego, si no viera cuanto me rodea, de seguro que no contraería mi rostro de angustia al ver la maldad, el fariseismo, la virtualidad y el feismo de un mundo basado en la explotación, el engaño y la mentira.
- Pero puedes ver otras cosas, hablar de otras cosas que sí son bellas.
- Sí, como Hölderlin puedo encerrarme en la isla bienaventurada de mí mismo. Recluifrme en la habitación profunda y solitaria desde la que Kafka grita contra la Ley. Mas la Ley y el orden, la iglesia y el policía, ¿dónde no se esconden? Contemplar un paisaje de otoño, eternizarse en un beso que ya se está gastando y desapareciendo, saborear una copa de buen vino, descubrir al amigo con el que se pretende mantener una conversación profunda, es ciertamente hermoso, pero eso queda para la intimidad, para el consumo de uno mismo. Cuando lo transmites en palabras y éstas las lanzas al consumo, chocan de inmediato con el mercado, se vulgarizan, o como mal menor, caen en el vacío, no encuentran interlocutor alguno. Y en cuanto al pesimismo, no, no lo soy. Si lo fuera, sencillamente, no viviría. Pero uno, cuando se despierta por la mañana, comprueba que todavía tiene los ojos abiertos, que ve, y cuanto le rodea, globalmente considerado, le parece feo, sucio, malvado. Entonces se vuelve optimista. Porque, dice, no caeré en la ceguera, en la pasividad, no aceptaré ser uno más entre los muertos que caminan muertos creyéndose vivos. Cuando regrese a la nada todo dejará de existir. Pero mientras, puesto que apuro ese segundo que es la vida, gritaré, gritaré con las fuerzas que me queden diciendo: malditos seáis, malditos seáis una y mil veces, devoradores, destructores del mundo, de la belleza, de la esperanza y hasta de las palabras.

lunes, 15 de junio de 2009

Fútbol

Ya pocos son los que buscan el espectáculo. La disputa de un juego que como en una buena novela policiaca no conoce el desenlace hasta el final. La velocidad, la habilidad, la inteligencia de un jugador que gana la carrera por segundos al contrario, que da el pase justo al compañero con el que se compenetra y se desmarca para recibirle, la fuerza y precisión del chutador que coloca el balón allí donde se torna imposible la estirada del portero. El acierto, el fallo, la tensión, la fatiga. La agilidad del cabeceador que vuela en busca de la pelota para impulsarla a la fred antes de que el defensor pueda despejarla. El nerviosismo del portero ante la ejecución del penalti. La exactitud de la falta lanzada con una sorprendente parábola. La acometida de todo el equipo en el lanzamiento del córner. El regate que deja sentado al oponente. Y no hablemos, no se hable de tácticas, pizarras, amaños, sistemas ultradefensivos o resultadistas. No. Ahora el fútbol también encaja en la siniestra historia que todo lo corrompe en nuestro tiempo. Poder, dinero y publicidad. Y aquí también el efecto nefasto de la prensa, que lejos de centrarse en la información veraz y la crítica las más de las veces se entrega a vulgares cotilleos y sensacionalismos de baja índole para alimentar a sus tan crédulos como embaucados lectores. Y las pasiones nacionalistas. Lo que es bueno para mí no ha de serlo para tí dicen los dirigentes, los corruptos dirigentes del cada vez más falseado, manipulado espectáculo. Mercado y poder. El jugador como mercancía, objeto de consxumo que alimenta al tiempo a una pandilla de voraces parásitos. Consumo y alienación. Con el fútbol también se hace política, vulgar política que encumbre otros intereses más espurios, nocivos. El fútbol, en la infancia, era como nosotros mismos, inocente. No tardó en pervertirse. Ahora es corrupción total. Y no me refieron en concreto, o solo, a lo que está ocurriendo estos días en el Madrid de Florentino. Vale para el Barcelona de ese siniestro personaje llamado Laporta -pobre Guardiola, que tipos han de acompañar su buen quehacer-, el Betis o el Rayo de la población de Vallejas y los inefables Ruiz Mateos. Cada uno en su escala y dimensión correspondiente. Que abarca desde España a Italia, de Brasil a Corea, de Malí a Arabia Saudí.
¡Qué tragedia para los que desde niños nos gusta el fútbol, no poder hablar ya solo de fútbol! Y aquí también lo0s medios de coimunicación tienen su cuota de culpa.

La Linterna del S. XXI