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lunes, 15 de febrero de 2010

¿Contra Garzon o herederos de los criminales fascistas?

Las dos Españas de Antonio Machado nunca han desaparecido de España. Lo malo es que la España cainita, inquisitorial y asesina, continúa devorando a la otra España, la de las víctimas. Los jueces que articulan esa España genocida no desaparecieron del todo, trodavía conforman una parte importante de la magistratura. Ahora asistimos estupefactos e impotentes a un proceso al juez Baltasar Garzón. Y nos preguntamos: ¿realmente van contra el juez tan controvertido a lo largo de su carrera y edel que siempre defenderemos sus actuaciones contra los genocidas de la historia, o van contra lois asesinados que, y hablamos no ya de la guerra, sino de los procesos y fusilamientos sucedidos a partir de 1939, en los que ellos, como la Iglesia con sus bendiciones, participaron, sumándose obedientes a las órdenes que dictaba el franquismo, instalados en una justicia fascista que santificó el orden político del terror y la dictadura? No es extraño que los corruptos y políticos de la talla de Aznar, Camps o Jiménez Losantos, levanten cada vez más la voz y brinden enfervorizados porque esa España de la que ellos descienden ocupa cada vez más poder y ahora sin necesidad de coger las armas u organizar golpes de Estado. La España judicial, eclesial y comunicativa. Y en la época del culto al dinero como suprema virtud moral y de legalidad, resulta fácil comprar conciencias, imponer silencios y embrutecer pueblos. Las clases medias, gran parte dee los trabajadores, espectadores de las televisiones basuras, oyentes de las radios venenosas, lectores de periodistas panfletarios conforman la masa manipulada de esta historia. Y hablan para ellos, que han perdido la razón y la capacidad de pensar por sí mismos. Que ignorar sus cadenas y que desconocen el sentido de la palabra libertad. No son los atropellos y crímenes de la guerra lo que se pretende silenciar silenciando a Garzón sino los de la larga postguerra en la que solo existió la ley del fascismo. Porque aunque muchos de ellos vistan togas, ocupen púlpitos, empuñen -en el sentido literal de las palabras- ordenadores o micrófonos o se sienten en platós de televisión, no dejan de ser eso: fascistas. Viven en su reino. El reino que contribueron a instaurar en 1936 y perpetuar en 1939, y al que impusieron una mordaza en la llamada transición, a la que algunos quitamos dos letras para dejar en tra(ns)ición. Y así vivimos. No necesitan volver, aunque mucho nos tememos que volverán con todo el poder. Están ahí. Nunca dejaron de estar. Eso es lo que Garzón está a punto de comprobar a partir de ahora.

La Linterna del S. XXI