sábado, 12 de marzo de 2011

NÚMERO 15

ÍNDICE.


La Antorcha de Karl Kraus.


El tópico de la palabra totalitarismo.


Carlos Taibo. Estado de alarma.





LA ANTORCHA DE KARL KRAUS. IDEAS QUE NUNCA MUEREN



En abril de 1899 publicaba Karl Kraus el primer número de LA ANTORCHA. Durante 37 años, esta singular y única revista, el empeño más ambicioso y conseguido que nunca se haya realizado en el periodismo y la literatura mundial, dignificó el pensamiento y la creación literaria. Miles de continuadores debieran hoy en España imitarlo. Nosotros no somos sino uno de ellos, que nos alimentamos con sus palabras e ideas, con el ejemplo de su independencia y de su feroz crítica.



Transcribimos en este número un fragmento de la declaración que Kraus introducía en su primer número de la revista:



... en un momento que ha traído turbulencias políticas y sociales de todo tipo a este país, ante una opinión pública que entre la intransigencia y la apatía encuentra un acomodo lleno de tópicos o sin idea alguna, el editor de esta revista, que hasta ahora ha permanecido apartado, realizando sus comentarios desde un lugar poco visible, decide lanzar un grito de combate. Quien se atreve a darlo no es, para variar, un eunuco partidista, sino un publicista que en cuestiones políticas considera mejores hombres a "los salvajes" (...) Lleva alegremente el estigma de la "deslealtad" política dibujado sobre la frente (...) La empresa que aquí abordamos no es más que la de desecar el ancho pantano de los tópicos que otros querrían delimitar sin cesar nacionalmente. (...) La mirada no enturbiada por gafas partidistas verá con doble nitidez la señal, que fulgirá a veces amenazante en nuestras tinieblas intensificadas por las velas de los altares. Y quizá pueda yo acariciar también la esperanza de que no se extinga sin efecto el grito de combate destinado a reunir a descontentos y oprimidos de todos los campos... que estimule a todos aquellos que se sientan con talento y ganas para formar una fronda decidida contra la corrupción de las camarillas y los exclusivismos en todos los ámbitos. (...) El observador imparcial hará lo posible para repartir de forma justa la culpa entre el gobierno y los partidos: ministros que tan sólo no infringen una ley, la de la inercia, que es la que permite a este Estado seguir en pie; representantes del pueblo a los que inquieta cualquier idioma menos "la lengua oficial interior" de la conciencia y que no cesan de discutir sobre las inscripciones en las escupideras de la Hacienda pública, mientras el pueblo confía sus necesidades económicas como secreto de confesión a unos sacerdotes demasiado callados... Que La Antorcha ilumine, pues, un país en el que -contrariamente a cuanto ocurría en aquel Imperio de Carlos V- el sol nunca sale.








El tópico de la palabra totalitarismos.




Es frecuente que escritores e intelectuales de toda índole, al hablar de su obra y de su vida, hagan referencias similares a éstas: hemos vivido y superado los duros tiempos de los totalitarismos, afortunadamente. Se refieren, por supuesto, al fascismo y al comunismo. Y se muestran satisfechos de vivir en el tiempo en que ahora viven. Como si habitaran en el mejor de los mundos posibles. Como si fascismo y comunismo fueran ideologías similares manejadas por fuerzas oscuras y culpables de todos los dramas que sufre el Planeta Tierra. Y quienes así se expresan son gentes que se creen cultas y hablan ex cátedra. Pensamos: ¡pobres gentes sin capacidad alguna de análisis!. ¿Acaso ignoran que los símbolos, los gestos, las palabras, no encubren siempre unas realidades basadas en la explotación de los seres humanos, estructurados en clases sociales antagónicas, explotación que no solo no se ha superado, sino que sigue enquistada en la sociedad de forma cada vez más criminal y cruel, para mantener algo sencillo a los que ellos al parecer ni quieren ni desean referirse: la existencia de un mundo organizado en base al dominio de la mayoría por una minoría criminal que posee el poder económico y político. Es decir, capitalismo cada vez más puro y duro



Capitalismo de clase, casta, poder que puede siginificarse como fascista, auténtico totalitarismo de quienes dominan los mercados, imponen las condiciones de trabajo, y sus concuencias, el hambre, las muertes por no poseer condiciones sanitarias adecuadas, el envejecimiento prematuro, la esclavitud sexual, la podredumbre de las drogas y sus mercados, la corrupción que lleva a la organización del crimen, la destrucción de la naturaleza, el envenenaniemto de sus recursos naturales, etc.



Pero detrás de todo esto, quienes se encuentran? Por desgracia muchos de los que alimentan a esos escritores e intelectuales que se muestran felices por la desaparición de los totalitarismos. ¡Qué pesadez tener que repetirlo, cuando ellos ni se dan por enterados ni quieren enterarse! ¡Mientras se vendan sus libros, alimenten sus conferencias, les ofrezcan penosas entrevistas en nauseabundos y corruptores medios de comunicación, paguen sus construcciones o creaciones artísticas, les den tribunas de pensamiento donde lo único que no existe es el pensamiento, y les llenen la boca con la palabra libertad, la palabra más prostituida de nuestro tiempo!. Porque nos referimos a banqueros, obispos, oligarcas, responsables (?) políticos, ingenieros, arquitectos, abogados, escritores, jueces, periodistas...



Y el otro capitalismo de Estado -trayectoria desgraciada del comunismo usurpado apenas triunfó la revolución soviética por los depredadores que construyeron un nuevo partido basado en prácticas tan terribles como las religiosas inquisitoriales y las capitalistas depredadoras, unidas ambas en una clase política dirigente -con su Papa o autoridad infalible- que creó sus castas y privilegios en una lucha denonada por ocupar y mantenerse en el poder, a costa de millones de soñadores, luchadores, hombres y mujeres sacrificados a su destructora voracidad. Porque fueron los propios comunistas las víctimas de quienes se definían como dirigentes comunistas. Y el capitalismo hábilmente contribuyo a su fagocitación y exterminio, hasta volverlos al redil de su nuevo totalitarismo, el fascista que ahora ocupan.



Ni que decir tiene que en esta trágica historia, policías, represiones, censuras, fueron y son necesarias para mantener en pleno funcionamiento la maquinaria del Estado. Y al hablar de comunismo, me refiero al comunismo en su versión estalinista que abarcó a los paises de Europa y sucedáneos como los de Camboya o Corea del Norte, el comunismo que concluyó el día que Berlín dijo "hasta aquí hemos llegado", y no entramos en el análisis más oscuro y digno de profundo estudio, por ejemplo, de la China actual.



Pero, ¿y nuestra sociedad? Ciertamente ha evolucionado en sus formas, métodos, pero no resultados. La explotación económica es despiadada, y las diferencias de clase alcanzan límites inconcebibles en el pasado. La corrupción y el imperialismo económico cada vez más férreo y consolidado en ínfimos grupos de presión conducen al mundo a una catástrofe sin precedentes. Y la censura y represión se ejercen a través de elementos tradicionales, las siempres necesarias -para ellos- policías, y otras nuevas, más sutiles pero de efectos más devastadores sobre la inteligencia y la libertad: el mercado.



CARLOS TAIBO. Estado de alarma

Carlos Taibo sobre Estado de alarma

Pedro Maceiras

Carlos Taibo publica estos días un libro de urgencia. Se titula Estado de alarma. Socialismo de casino, izquierda anémica, sindicalismo claudicante (Catarata, Madrid, 2011). Como es fácil intuir, se interesa por algunos de los debates más vivos que se han registrado a lo largo del último año.

¿Qué has pretendido hacer en este libro?

Los últimos meses han sido muy ricos en acontecimientos, casi todos ellos desgraciados, entre nosotros. Estoy pensando en el lamentable plan de ajuste aprobado por el Gobierno español en mayo, en la huelga general que cobró cuerpo a finales de septiembre o, más recientemente, en la aceptación del pensionazo por los sindicatos mayoritarios. De resultas, y como es sabido, se han recortado obscenamente derechos sociales y laborales para salvar la cara a quienes, de forma inmoral, han colocado el sistema financiero al borde de la quiebra.

Creo que tenía sentido hacer un alto y examinar la trastienda de todo ese proceso con un propósito expreso: promover una consideración crítica sobre lo que ha ocurrido, con unos u otros perfiles, en el seno de la izquierda política y de los sindicatos mayoritarios, en la forma ante todo de lo que ha sido, en el mejor de los casos, una escueta defensa de los Estados del bienestar. A mi entender hay que abrir los ojos de mucha gente para hacer evidentes las carencias de un proyecto como ése.

En varios tramos del libro te refieres a la existencia de dos diagnósticos diferentes de la crisis que habrían cobrado cuerpo en los sectores de nuestra sociedad que todavía hoy resisten.

Así es. El primero de esos diagnósticos es el que acabo de mencionar. Su demanda escueta es reconstruir los Estados del bienestar y, con ellos, la regulación que medio se desvaneció al calor de las medidas neoliberales. Éste es un proyecto fundamentalmente institucional, plasmado en un sindicalismo de pacto y en leyes que deberían aprobarse en las instancias correspondientes.

El segundo diagnóstico, que es el mío, muy consciente de los retos que se derivan de la crisis ecológica, reclama ir más allá de una mera defensa de los Estados del bienestar. Reivindica también la apertura, desde la base, de espacios de autonomía y autogestión, y recela de las presuntas virtudes del crecimiento y del consumo. Se materializa, en fin, en una acción en la base que, a falta de nada mejor, debe correr a cargo de los movimientos sociales críticos y del sindicalismo alternativo.

¿Por qué piensas que levanta ampollas esta distinción que acabas de hacer?

Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera. Creo firmemente, sin embargo, que muchos militantes de la izquierda política prefieren cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo en ésta. La izquierda política, obsesionada con las elecciones, parece firmemente decidida a atraer a viejos votantes del Partido Socialista descontentos con la deriva de éste. El resultado es un proyecto aberrantemente socialdemócrata, cortoplacista y orgullosamente ignorante de los imponderables que nacen de la crisis ecológica. Y a este respecto debo subrayar que ningún acuerdo de mínimos puede asentarse sobre bases tan mezquinas.

Me atrevo a agregar que ese proyecto que ahora critico parece tocado del ala, toda vez que su puntal fundamental --el apoyo que debían otorgarle los sindicatos mayoritarios-- se ha desvanecido. Cada vez es más urgente, por lo demás, desmarcarse de estos últimos, pilares fundamentales del sistema que padecemos, y ello pese al discurso que emite la derecha ultramontana.

Tu afirmación de que no es lo mismo ser antineoliberal que anticapitalista esquiva el hecho de que hay muchos antineoliberales que también son anticapitalistas.

Es verdad: no lo niego. Pero me interesa subrayar que hay otros que son escuetamente antineoliberales y que su opción al respecto en modo alguno es casual. Muchos socialdemócratas son antineoliberales pero no son, en modo alguno, anticapitalistas. De la misma forma que hay fuerzas políticas que declaran rechazar el capitalismo mientras promueven programas escuetamente socialdemócratas.

En el libro incluyes doce preguntas relativas al proyecto del decrecimiento. ¿Tan importante te parece éste?

No me importa tanto la propuesta del decrecimiento, que me parece saludablemente provocadora y fundamentada, como la necesidad urgente de prestar una atención constante y decidida a la crisis ecológica. Es una idea que ronda permanentemente por este libro, y que se materializa en una tesis fuerte: la de que, no sin paradoja, la crisis ecológica es la que impulsa hoy las críticas más radicales del capitalismo, y la que obliga a considerar seriamente la conveniencia de salir de este último. No es casual que en esta obra haya decidido incluir varios textos de combate relativos a la discusión energética o al AVE.

En Estado de alarma hay un bloque de trabajos que reivindican lo libertario. ¿Por qué?

Lo primero que debo señalar es que, a mi entender, para aceptar el argumento mayor del libro no es preciso en modo alguno ser libertario. Aun así, y siempre desde mi punto de vista, el núcleo principal en el que se asienta el segundo de los diagnósticos que antes mencioné es indiscutiblemente el libertario. Estoy pensando en personas que creen en la democracia directa y en la autogestión, que emplazan en primer plano la creación de espacios autónomos, que rechazan las formas de propiedad del capitalismo y que recelan de liberados y profesionales de la política. El adjetivo libertario me parece más gráfico, a la hora de describir todo esto, que el más ideológico de anarquista.

Me ha parecido observar que a medida que los textos que incluyes en este libro son más cercanos en el tiempo, menor es tu presencia en los medios de comunicación del sistema.

Pues infelizmente, o felizmente, es así. Los periódicos para los que escribía, que sin duda tienen profesionales más capaces que yo, parecieron llegar tiempo atrás a la conclusión de que mis colaboraciones nada agregaban. Y el efecto principal es que apenas escribo en otro lugar que el que ofrecen un puñado de páginas web mal que bien vinculadas con la izquierda social y el sindicalismo alternativo. Ya llegarán tiempos mejores. O no.



1 comentario:

maravillas dijo...

La libertad de expresión, de pensamiento o de creación artística, no es un lema mil veces repetido, es un ejercicio diario. Un adiestramiento que, si bien no vende en ningún mercadeo oficial, sí tiene un valor inconmensurable en nuestra conciencia: ¡dignidad!

¿Quién se deshace de una oreja, un ojo o una mano? Hay que intentar vivir con tres orejas, cuatros ojos y seis manos, por lo menos, para que no falte el arrojo y darnos un buen hartazgo

Estoy en sintonía. Y gracias una vez más a esta Antorcha del Siglo XXI, por el esfuerzo desprendido de al escribir, alertar.

La Linterna del S. XXI