lunes, 6 de febrero de 2012

Número 30
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José Luis Sampedro.
La Iglesia Católica Española.
Literatura y realidad.

JOSÉ LUIS SAMPEDRO.
José Luis Sampedro es "el río que nos lleva" no a la mar, que es el morir, sino al compromiso, a la ética, el único concepto digno de ser tenido en cuenta, que da sentido a la vida. También a la utopía, que no depende de coyunturas políticas o intereses espurios de quienes en ella bailan sus juegos de intereses, sino que significa el camino que corre la civilización frente a la barbarie en que cada vez más naufragamos. Por desgracia los ríos intelectuales se están convirtiendo cada vez más en ciénagas: todos los pensamientos tóxicos, todas las palabras corruptas y contaminadas convergen en ellos. El mercado y la degradación de la cultura anegan la razón. Y solo algunas aguas puras intentan contener el lodo que arrasa a los pueblos. Aguas como las que vierte con su creación y con su ejemplo humano José Luis Sampedro. "Porque viví en el monstruo le conozco las entrañas" escribió en una de sus extraordinarias crónicas sobre los Estados Unidos el cubano José Martí. José Luis Sampedro, el narrador, es también economista, y habitó en ese monstruo del capitalismo, del neoliberalismo, que es la banca, y al que ahora denuncia con tanta lucidez como precisión. Sumerjámonos en aguas como las vertidas en sus palabras y escritos por José Luis Sampedro para purificarnos como seres humanos que creen y luchan en favor de los seres humanos, precisamente, y del futuro de la civilización.

LA IGLESIA CATÓLICA ESPAÑOLA
Nada ha resultado tan pernicioso para el desarrollo y el ser de España como la Iglesia Católica. Hablamos de la iglesia como poder, como institución que viene arrastrando y ocupando un poder político desde los tiempos medievales a nuestros días. Poder igualmente económico que oculta, bajo catecismos y normas inmorales que ella pretende religiosos, una avaricia basada en el juego de intereses, el empleo de la fuerza o la persuasión según las necesidades y posibilidades que nos muestra el curso de la historia, y poder ideológico para mantener sumida, alienada, sujeta a sus dogmas, a la mayor parte del pueblo.
Pero de esta culpabilidad que la achacamos son también partícipes y cómplices quienes no la combaten con la fuerza necesaria y se muestran dóciles a su reinado. De nada vale, como hacen ahora responsables o miembros destacados del partido socialista o comunista lamentarse de las medidas que toma el Partido Popular, en educación, sanidad, cultura, etc que dicen favorecen a la Iglesia. A la Iglesia Católica como institución jerárquica se la debe combatir no solo en su superestructura, también en sus símbolos y prácticas cotidianas. Respetarla porque "el pueblo así lo quiere" vendría a ser como mantener y consentir la esclavitud porque los esclavos aceptan ese estatuto y creen que es de derecho sobrenatural, o que las mujeres han de estar sometidas al hombre porque es ley de vida, de tradición y de su propia constitución física. Quienes jalean Semanas Santas, romerías rocieras, milagros, misiones y caridades, fiestas patrias de santos, mártires, etc, quienes gustan de acompañar y exhibirse en actos institucionales junto a Papas, cardenales, obispos no se dan cuenta de que están apoyando a los mismos que lugo exigen un estado cristiano a su servicio, privilegios de toda índole: es decir, se tornan colaboradores de los sucios intereses de esta lacra que nos azota durante siglos. En ningún momento nos referimos a credos, ideas, sino a hechos y organizaciones humanas que hacen del engaño y el fraude su virtud para detentar el poder. Es como si no apoyáramos a las mujeres perseguidas, lapidadas en Irán, Afganistán, otros países, o a la libertad de pensamiento, conciencia y expresión en ellos porque eso "ofende" al islamismo. O a los trabajadores chinos explotados por nuevas formas del capitalismo de Estado, porque eso podría ser considerado como anticomunismo.
La institución de la iglesia católica española como tal es intrínsecamente perversa y atentatoria contra el progreso, la civilización y una sociedad más libre, en la que el pensamiento pueda realizar una acción moral y ética entre sus habitantes y en la que la palabra y las ideas recuperen su auténtico significado y no continúen estando secuestradas por los poderes, sean estos políticos, económicos, militares o religiosos.

LITERATURA Y REALIDAD.
El poder del mercado más que la edición del libro en formato digital es el que puede causar un daño más profundo, definitivo, al libro. El libro convertido, cada vez más, en instrumento para conseguir dinero, sea para el editor o para el propio escritor. Eso hace que la discusión teórica sobre la literatura también se bata en retirada.
Afortunadamente. igual que el pensamiento no se extingue del todo en los seres humanos, por mucho que lo intenten los medios de comunicación y el lenguaje de los políticos, banqueros, empresarios y demás patulea explotadora al servicio del neoliberalismo que no es sino una modalidad del fascismo en el siglo XXI, el río profundo de la imaginación y las ideas sobrevive al cenagal impreso que nos envuelve. Debate viejo pero siempre necesario es el que envuelve las fronteras del realismo literario o de la literatura como espejo de la realidad. Pienso que concebido de forma simplista o dogmática la literatura no puede reflejar realidad alguna. La literatura se sirve, se apoya, incide aunque no lo pretenda, en la realidad, pero lo hace no para fotografiarla, ofrecerla tal como se le aparece al escritor, sino para reflexionar sobre la misma. Presentar, sea poéticamente, narrativamente o filosóficamente, incluso mezclando y alternando todos esos procedimientos propios de la escritura, un texto al lector que le sirva para, bien desde el punto de vista humano o sociólogico, indagar sobre esa propia realidad, por qué se produce, por qué se acepta o se rechaza, que trascendencia tiene. Y la moral tiene que ser igualmente el reflejo que el transcriptor o fabulador de la realidad literaria da a su exposición, a su análisis o a su versión imaginativa, aunque él no lo pretenda. No se trata de contar una historia, analizar una situación o sumergirse en una vida o un sentimiento, sino permitir que el receptor extraiga las consecuencias, las causas o se deje llevar por la reacción o el influjo que el autor le proporciona en su lectura. Se existe porque se piensa y se crea porque se necesita explicarse uno a si mismo y arder en las dudas que nadie ni nada podrás nunca aclararle sobre el tiempo y la vida.







La Linterna del S. XXI