viernes, 5 de julio de 2013

Número 53


Políticos. Sindicatos. Ciudadanos. ¿Queremos suicidarnos o sobrevivir?

Esto no es ni una reflexión apocalíptica, ni un mensaje demagógico: es pensar en voz alta sobre las dudas que nos acometen al analizar la realidad de un mundo a la deriva. Y sobre todo poner el punto de inflexión en la culpabilidad de todos sus participantes, culpables por acción u omisión, conscientes o inconscientes de ella.
La perversión del lenguaje, tal como ahora se utiliza y lo padecemos, conduce a la destrucción de lo humano. Y el mundo se encamina hacia su silencio: algo más atroz que su propia estulticia. Jamás el ser humano había escuchado, había estado sometido a un lenguaje tan espurio, falaz, alienante, como el actual: y esto se lo debemos una vez más al "progreso". al desarrollo de los medios de comunicación y expresión, a la extensión del mercado consumista, a la dictadura de la publicidad.
Si la palabra se ha degradado, la literatura y el arte también han perdido su pureza, se han contaminado hasta imposibilitar su carácter expresivo, imaginativo, que alumbra la reflexión, el pensamiento, busca la diferencia y la belleza que debieran constituir el auténtico progreso, no el de la máquina, sino el del hombre, no el de la técnica sino el de la Humanidad en su caminar hacia la libertad, la igualdad social.
Intereses mercantiles y estructuras publicitarias a su servicio se encuentran detrás de esta destrucción del lenguaje, el filosófico y el poético, y por tanto propician la desintegración de lo humano, que el habitante de la Tierra pueda conquistar para preservar y enriquecer el mundo al que fue arrojado. Y es el lenguaje el que enmascara la realidad de la corrupción y la miseria en que políticos, sindicalistas, ciudadanos, naufragamos.
No podemos aceptar, no debemos, la pasividad, la sumisión, el discurso conservador de que la izquierda ha muerto y la burocracia vuelve banales todas las luchas, acciones, utopías. El político devora el tiempo porque no cree en él. El revolucionario lucha contra la certeza y crueldad del tiempo. El político se deja llevar por el tiempo. El revolucionario, como el poeta, se rebela contra el tiempo.
Si millones de ciudadanos escuchan un día sí u otro también, hablar a Cospedal, Montoro, Soraya de Santamaría, Rajoy, Arthur Mas, incluso Méndez o Toxo, sin rebelarse o suicidarse, es que se encuentra enfermo, desahuciado, viven en una sociedad destruida. En el gran teatro de la farsa democrática organizada y dirigida por las finanzas para agilizar la explotación capitalista, ellos son payasos mejor o peor pagados. Pero, ¿qué son entonces quienes no se alzan contra ellos, obreros o estudiantes, escritores o periodistas, catedráticos o funcionarios, técnicos o esclavos o esclavas sexuales? Ideólogos de la peor calaña son quienes pontifican sobre el fin de las ideologías. Y los banqueros reinan en los palacios episcopales, en los antros editoriales, en los despachos de educación o sanidad.
Asistimos, casi impertérritos a fenómenos como la configuración de Madrid como futuro lupanar y casino mafioso plagado de sicarios y canallas de la peor especie, bendecidos y apoyados por los fieles esbirros que les otorgan plenos poderes a cambio de mordidas y beneficios económicos y políticos. Mientras se deterioran todos los sistemas sociales, culturales, y para distraer la atención de los ciudadanos cada vez más esclavizados se publicitan y multiplican manifestaciones para pedir olimpiadas, aplaudir triunfos deportivos y organizar ludopatías que llaman musicales. ¿Qué locura envuelve a quienes, tengan dieciocho o sesenta años, se adhieren al espectáculo  de masas enfervorecidas y enloquecidas que mientras son conducidas al abismo en el que se despeñan todas las conquistas sociales que costaron ingentes años de luchas y sacrificios son arrastradas hacia semejantes representaciones selváticas e irracionales?
Cada vez más, eso si, se aumenta el número de componentes de las fuerzas represivas para que los rebeldes que con lágrimas o gritos intentan combatir la pasividad de los aposentados en la organización burocrática de la denominada oposición, sean represaliados, conducidos al silencio, ahogados con poderosos medios disuasivos en poder de la minoría dominante, explotadora, terrorista, que gobierna.
Terrorista. Vivimos en el más cruel, peligroso, siniestro terrorismo instaurado en sociedad alguna de la era democrática. El que lejos de ser denunciado y combatido, es jaleado en programas televisivos o radiofónicos, jaleado en páginas diarias o colorines de los periódicos, púlpitos de iglesias o de cualquier otro medio comunicativo en manos de las multinacionales que imponen su ley, la ley de la selva en la información y opinión. Para que la lucha tenga significado y pueda un día abrir caminos auténticamente revolucionarios, es necesario comenzar denunciando a quienes la paralizan: aquellos que desde medios de comunicación, partidos políticos u organizaciones sindicales, pretenden mostrarse como representantes de la izquierda o al menos "progresistas". Intentaremos en futuras reflexiones poner nombre a cuanto apuntamos. Existen minorías cuyo esfuerzo subversivo y utópico debe al menos encontrarse reconocido en el lenguaje que algunos planteamos, otros intentan elaborar.
Miserables tertulianos o comentaristas de grandes medios, eufóricos en su orondez estúltica, gritan con frecuencia: ¿dónde se esconden, qué se hizo de los intelectuales comprometidos? Hijos de puta (y que me perdonen sus madres por esta malhadada expresión): vosotros, siervos del poder represor, bien os encargáis de silenciarlos, procurar que no existan, callar sus palabras. A veces uno se lamentan de que no existan cárceles, inquisiciones, destierros que se apliquen a vuestras víctimas, para que al menos, como hienas, no podáis reír en el silencio y el vacío del desierto ideológico en que habitáis.
El infierno no son los otros: sois vosotros mismos. Y para vuestra violencia solo resta, primero imaginar, y luego desarrollar una auténtica contra violencia, que no esté, desde sus inicios, encaminada ni hacia el fracaso ni hacia el suicidio

 

1 comentario:

ALTAICA dijo...

Todo ha sido perfectamente programado y urdido, desde la crisis a la globalización, desde la teatralidad democrática a el esperpento institucional. El gran golpe de estado llamado avaricia y usura, que parece el definitivo en tanto que deja a los estados (todos lo ciudadanos en teoría pero "gestionados" por gobiernos sicarios) al servicio del poder económico (siempre lo fue pero con matices) y con una deleznable globalización económica que aniquila democracias, pues para nada sirven y nada social promueven. Encima ya estamos controlados definitivamente por las pantallas del ordenador, correos o móviles. Politizado el poder judicial y comprados los medios de comunicación, solo falta que las pruebas médicas que dentro de poco serán obligatorias, determinen nuestra viabilidad laboral o como agentes productivos, de las que harán adecuado uso corporaciones aseguradoras y de pensiones privadas, pues se quedarán con tales servicios que antaño eran públicos. Control ético, de la información, de la privacidad, de la genética y revestido de "demo" cracia. Solo cabe una cosa y ya sabemos cual es.

La Linterna del S. XXI