miércoles, 28 de noviembre de 2018

número 152


F I T O.    RAFAEL DE CÓZAR. POETA Y COMPAÑERO  DE MI VIDA

                                                         Andrés Sorel

 

Éste fue el último trabajo que he escrito sobre ti, Fito, y apareció como prólogo a tu hermoso  y póstumo poemario “Huecos de la memoria”. Luego, una terrible mañana de diciembre, me llamaron desde Sevilla para decirme que habías muerto. Tardé mucho tiempo en reaccionar. Demasiado profundo el golpe recibido. Hasta que me di cuenta de que aquellas palabras no eran exactas. Muertos, aunque vivan, están para mí algunos de los compañeros nuestros. Pero tú, Fito, sigues viviendo en mi memoria y en mi corazón. Y rememoro los viajes que hicimos a Portugal, Francia, la URSS, Marruecos, Cuba, otras ciudades y entre ellas las españolas. Compartimos palabras, amistades, congresos, trabajos literarios, y sobre todo nuestra existencia. Nada nos fue ajeno: éramos más que hermanos. Por eso hoy, cuatro años después de tu terrible accidente, quiero recordarte con estas líneas.

 

 

I

 Cuando conocí a Rafael de Cózar, poco tiempo después de morir Franco y yo regresar del exilio parisino, una explosión de vida, de creatividad y amistad entró en mi existencia. Dirigía yo la colección literaria de la Editorial ZYX y pronto Cózar pasó a ser uno de los colaboradores de aquellos pequeños libritos de poesía que conservan todavía algunos lectores en sus bibliotecas. Sus propios poemas aparecieron en la antología  de “Nueva poesía. Sevilla”. Cózar, Fito, no podría llamarle de otra manera, encarnaba el postismo, el romanticismo erótico, la poesía visual. Siempre le he visto dibujando poemas, componiendo versos geométricos, artísticos, formando acrósticos, ilustrando con palabras rimadas imágenes artísticas, históricas, de cópulas amorosas. La relación de la poesía con la música, el dibujo, la pintura, se remonta a los orígenes de la memoria del ser humano. En un trabajo que publiqué en la revista República de las Letras, Antonio Gamoneda lo expresa con precisión. Dice: “el primate se empeñó  en ser hombre y, a partir de cierto momento, el determinante mayor de su humanidad no fue otro que la aparición en su vida del lenguaje… Recordamos las manifestaciones plásticas rupestres, las figurativas, que, en España, tienen, más o menos, entre 20.000 y 35.000 años de antigüedad. Los científicos, recientemente por cierto, se inclinan a opinar que tales pinturas comportan un “pensamiento crítico y prefilosófico”.

Yo, a este respecto, recomiendo la lectura del gran libro de Rafael de Cózar Poesía e imagen.

Carlos Edmundo de Ory, un poeta que nunca pudo separar esa simbiosis que se da entre literatura y vida fue uno de los grandes compañeros de Rafael de Cózar, y sin duda le influyó con su obra y su quehacer humano y poético. Hubo un tiempo que pasamos, en Sevilla o en Amiens, largas horas juntos. ¿Conversar, jugar, beber? Todo tenía cabida en aquellas hermosas veladas. Y Cózar era uno de sus grandes animadores.

 

 

 

                                           II

 

Rafael de Cózar, siempre en la estela del amor. Rafael de Cózar, siempre en la huida de la huella de la muerte. Gozar y sufrir por   el amor, un poema del propio vivir. Primero es el sentimiento, después llega el dolor de ausencia y la necesidad de volcarlo en palabras e imágenes para sobrevivir. Tiembla en las marcas que van dejando las heridas del dolor mientras la memoria navega por los canales de la imaginación impregnados del reciente pasado, las palabras atoran la garganta, pasa los dedos que resbalan en el vacío  que los otros dedos han dejado al no asirse a los suyos, y entonces surge el poema. Hermosura de un poema amoroso que brota en el flujo del “Cantar de los Cantares”. Belleza que brota al tiempo de la mejor poesía romántica.

Si siempre decimos que la escritura es la vida, o que escribir es vivir, en Rafael de Cózar escribir, vivir, amar y luchar con la angustia del crecer hacia la muerte, es una constante que cuando se profundiza en la compañía de Fito, más allá de la risa, el chiste fácil que explota en la reunión furtiva, se encuentra agazapada en esa soledad que en el fondo siempre le acompaña en sus largas duermevelas, en los presentimientos íntimos que guarda celosamente en su más íntima sensibilidad. Preciso es entonces buscar en lo que no dice pero si escribe, por ejemplo el poema “Tal vez en unos años”. Estar “en las horas anteriores y presentes del dolor”, cuando se siente frío y miedo pero al tiempo se tienen infinitas ansias de vivir, de seguir viviendo. “No te mueras todavía, amigo”, que dice Vallejo en uno de los grandes poemas de amor de todos los tiempos. No nos dejes náufrago por tu ausencia, esas ausencias que tiemblan en los versos del poeta.

 

                                      III

 

¿Qué es la poesía? Y sobre todo, ¿qué supone leer poesía? Como helados cuchillos traspasan mi sensibilidad éstos últimos poemas publicados por Fito, Huecos de la memoria. Porque en muchos de ellos se encuentra la vida compartida, y en otros la memoria que no puede olvidar la crueldad del tiempo, hecho siempre de pérdidas y ausencias. ¡Cuántos años transcurridos! ¡Cuántas cosas juntas vividas!

 

La soledad es hacer el amor con la nada.

La soledad es un trozo de noche en la garganta.

 

Y esa soledad de la que habla este poema es un reguero de imágenes que de pronto se precipitan en la memoria, y la memoria vuelve a dar vida a lo que motiva la escritura cuando Rafael de Cózar insiste en avivarla:

 

La razón para elegir tu cuerpo

como el más idóneo lugar para morir.

 

Remansada, asumida la ausencia en estos “Huecos de la memoria”, decantada la poesía que ya no grita por el amor ausente, sino que lo convierte en belleza. Y regresa al juego, a la expresión plástica, a la declaración “poética”. Muchos años transcurridos desde que volcara en palabras y ritmos aquellos entonces candentes momentos de ausencias, y lo que es peor, presencia de la ausencia. No había llegado todavía el tiempo del desgaste que conduce hacia el olvido. Palabras que sumergen las perdidas caricias, mientras surgen las nuevas, en vinos espumosos, cálidos, que conforman imágenes depositadas en otros ríos, los de Bécquer, Rimbaud, para que los versos dibujen y superen el dolor.

Ahora –siempre insistiendo-: ¡cuántas cosas hemos vivido!, compañero amigo- los leemos. Y al penetrar en ellos, aunque el lector no le haya conocido, tratado, puede imaginarse la estancia abandonada, la ropa perdida, los besos flotando y deshilachándose como vaporosas nubes en el gran cielo de los sentimientos. Y un hombre que siempre es un doliente niño, abandonado en la cama deshecha y llena de lágrimas, y contemplar su esfuerzo para incorporarse y pese a todo seguir viviendo. ¿Por qué la lluvia siempre acompaña el dolor de ausencia? Simbolismo, surrealismo, impresionismo, experiencia humana.

El lector, entonces, también se sentirá protagonista de estos poemas. Porque su autor le dice en uno de ellos:

 

Que yo recuerde, y lo recuerdo,

nuestra historia no tiene edad.

 

Y todos somos: “náufragos de plata asidos a la misma roca” y

 

El tiempo acuchilla poco a poco,

sin remedio,

el camino agridulce de la vida.

 

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