Tienen el poder. Y la impunidad que este les presta. Y desde él insultan, amenazan, descalifican y hasta denuncian. Lo hemos visto estos días a propósito de una figura como la de Alfonso Sastre. Ellos, herederos, de quienes en 1936 condenaron a los libros a la hoguera y a los escritores a la muerte, la cárcel o el exilio. Son los nuevos Torquemadas. De`precian cuanto ignoran. El diálogo, el pensamiento, no encaja en su libro de conducta.
Lenguaje zafio, escatológico, soez, eso sí, preñado de descalificaciones y amenazas. Su oficio no es el de informar o indagar en torno a la realidad, política, social o cultural, a las contradicciones de los tiempos que vivimos, menos condenar la corrupción, las múltiples explotaciones que se dan en nuestro tiempo histórico. Son vulgares censores manipuladores de cuanta palabra cae en sus manos, para fomentar el culto a los depredadores, a quienes hacen de la represión su única meta de vida, para ser sicarios de quienes pagan o influyen con su poder en la mentalidad colectiva. Así vamos. Tiempos de Bush, Aznar, Berlusconi. el Papa no sé cuantos, los mayores orejas o ayatolahs religiosos y políticos de otras sociedades no menos corrompidas que la nuestra, que no son sino vulgares fetiches al servicio de quienes en verdad manejan los hilos económicos y por tanto políticos, y culturales e informativos del mundo.
Ocupan los púlpitos de las iglesias o de las radios y televisiones, de los periódicos o parlamentyos y desde ellos lanzan sus soflamas incendiarias contra todo aquel que piense de manera distinta a la suya. Todo es válido para incidir en el desarrollo de estas sociedades sumidas en la profunda ceguera que nos conduce hacia el abismo. Pero ellos acusarán de terroristas a quienes no admiten sus códigos y leyes inmorales y exclusivas, son terroristas mentales. Porque para ellos, estos periodistas o columnistas de palabra u opinión, quién piense por si mismo no merece sino ir a la hoguera.
Lenguaje zafio, escatológico, soez, eso sí, preñado de descalificaciones y amenazas. Su oficio no es el de informar o indagar en torno a la realidad, política, social o cultural, a las contradicciones de los tiempos que vivimos, menos condenar la corrupción, las múltiples explotaciones que se dan en nuestro tiempo histórico. Son vulgares censores manipuladores de cuanta palabra cae en sus manos, para fomentar el culto a los depredadores, a quienes hacen de la represión su única meta de vida, para ser sicarios de quienes pagan o influyen con su poder en la mentalidad colectiva. Así vamos. Tiempos de Bush, Aznar, Berlusconi. el Papa no sé cuantos, los mayores orejas o ayatolahs religiosos y políticos de otras sociedades no menos corrompidas que la nuestra, que no son sino vulgares fetiches al servicio de quienes en verdad manejan los hilos económicos y por tanto políticos, y culturales e informativos del mundo.
Ocupan los púlpitos de las iglesias o de las radios y televisiones, de los periódicos o parlamentyos y desde ellos lanzan sus soflamas incendiarias contra todo aquel que piense de manera distinta a la suya. Todo es válido para incidir en el desarrollo de estas sociedades sumidas en la profunda ceguera que nos conduce hacia el abismo. Pero ellos acusarán de terroristas a quienes no admiten sus códigos y leyes inmorales y exclusivas, son terroristas mentales. Porque para ellos, estos periodistas o columnistas de palabra u opinión, quién piense por si mismo no merece sino ir a la hoguera.
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