F I T O. RAFAEL DE CÓZAR. POETA
Y COMPAÑERO DE MI VIDA
Éste fue el último trabajo que he
escrito sobre ti, Fito, y apareció como prólogo a tu hermoso y póstumo poemario “Huecos de la memoria”.
Luego, una terrible mañana de diciembre, me llamaron desde Sevilla para decirme
que habías muerto. Tardé mucho tiempo en reaccionar. Demasiado profundo el
golpe recibido. Hasta que me di cuenta de que aquellas palabras no eran
exactas. Muertos, aunque vivan, están para mí algunos de los compañeros
nuestros. Pero tú, Fito, sigues viviendo en mi memoria y en mi corazón. Y
rememoro los viajes que hicimos a Portugal, Francia, la URSS, Marruecos, Cuba,
otras ciudades y entre ellas las españolas. Compartimos palabras, amistades,
congresos, trabajos literarios, y sobre todo nuestra existencia. Nada nos fue
ajeno: éramos más que hermanos. Por eso hoy, cuatro años después de tu terrible
accidente, quiero recordarte con estas líneas.
I
Cuando conocí a Rafael de Cózar , poco
tiempo después de morir Franco y yo regresar del exilio parisino, una explosión
de vida, de creatividad y amistad entró en mi existencia. Dirigía yo la
colección literaria de la
Editorial ZYX y pronto Cózar pasó a ser uno de los
colaboradores de aquellos pequeños libritos de poesía que conservan todavía
algunos lectores en sus bibliotecas. Sus propios poemas aparecieron en la
antología de “Nueva poesía. Sevilla”.
Cózar, Fito, no podría llamarle de otra manera, encarnaba el postismo, el
romanticismo erótico, la poesía visual. Siempre le he visto dibujando poemas,
componiendo versos geométricos, artísticos, formando acrósticos, ilustrando con
palabras rimadas imágenes artísticas, históricas, de cópulas amorosas. La
relación de la poesía con la música, el dibujo, la pintura, se remonta a los
orígenes de la memoria del ser humano. En un trabajo que publiqué en la revista República
de las Letras, Antonio
Gamoneda lo expresa con precisión. Dice: “el primate se
empeñó en ser hombre y, a partir de
cierto momento, el determinante mayor de su humanidad no fue otro que la
aparición en su vida del lenguaje… Recordamos las manifestaciones plásticas
rupestres, las figurativas, que, en España, tienen, más o menos, entre 20.000 y
35.000 años de antigüedad. Los científicos, recientemente por cierto, se
inclinan a opinar que tales pinturas comportan un “pensamiento crítico y
prefilosófico”.
Yo, a este respecto, recomiendo la lectura del gran libro de Rafael de Cózar Poesía e imagen.
Carlos Edmundo de Ory, un poeta que nunca pudo separar esa simbiosis que
se da entre literatura y vida fue uno de los grandes compañeros de Rafael de Cózar , y sin
duda le influyó con su obra y su quehace r
humano y poético. Hubo un tiempo que pasamos, en Sevilla o en Amiens, largas
horas juntos. ¿Conversar, jugar, beber? Todo tenía cabida en aquellas hermosas
veladas. Y Cózar era uno de sus grandes animadores.
II
Si siempre decimos que la escritura es la vida, o que escribir es vivir,
en Rafael de Cózar
escribir, vivir, amar y luchar con la angustia del crecer hacia la muerte, es
una constante que cuando se profundiza en la compañía de Fito, más allá de la
risa, el chiste fácil que explota en la reunión furtiva, se encuentra agazapada
en esa soledad que en el fondo siempre le acompaña en sus largas duermevelas,
en los presentimientos íntimos que guarda celosamente en su más íntima sensibilidad.
Preciso es entonces buscar en lo que no dice pero si escribe, por ejemplo el
poema “Tal vez en unos años”. Estar “en
las horas anteriores y presentes del dolor”, cuando se siente frío y miedo
pero al tiempo se tienen infinitas ansias de vivir, de seguir viviendo. “No te mueras todavía, amigo”, que dice
Vallejo en uno de los grandes poemas de amor de todos los tiempos. No nos dejes
náufrago por tu ausencia, esas ausencias que tiemblan en los versos del poeta.
III
¿Qué es la poesía? Y sobre todo, ¿qué supone leer poesía? Como helados
cuchillos traspasan mi sensibilidad éstos últimos poemas publicados por Fito, Huecos de la memoria. Porque en
muchos de ellos se encuentra la vida compartida, y en otros la memoria que no
puede olvidar la crueldad del tiempo, hecho siempre de pérdidas y ausencias.
¡Cuántos años transcurridos! ¡Cuántas cosas juntas vividas!
La soledad es hace r el amor con la nada.
La soledad es un trozo de noche en
la garganta.
Y esa soledad de la que habla este poema es un reguero de imágenes que de
pronto se precipitan en la memoria, y la memoria vuelve a dar vida a lo que
motiva la escritura cuando Rafael
de Cózar insiste en avivarla:
La razón para elegir tu cuerpo
como el más idóneo lugar para morir.
Remansada, asumida la ausencia en estos “Huecos de la memoria”, decantada
la poesía que ya no grita por el amor ausente, sino que lo convierte en
belleza. Y regresa al juego, a la expresión plástica, a la declaración
“poética”. Muchos años transcurridos desde que volcara en palabras y ritmos
aquellos entonces candentes momentos de ausencias, y lo que es peor, presencia
de la ausencia. No
había llegado todavía el tiempo del desgaste que conduce hacia el olvido.
Palabras que sumergen las perdidas caricias, mientras surgen las nuevas, en
vinos espumosos, cálidos, que conforman imágenes depositadas en otros ríos, los
de Bécquer, Rimbaud, para que los versos dibujen y superen el dolor.
Ahora –siempre insistiendo-: ¡cuántas cosas hemos vivido!, compañero amigo-
los leemos. Y al penetrar en ellos, aunque el lector no le haya conocido,
tratado, puede imaginarse la estancia abandonada, la ropa perdida, los besos
flotando y deshilachándose como vaporosas nubes en el gran cielo de los
sentimientos. Y un hombre que siempre es un doliente niño, abandonado en la
cama deshecha y llena de lágrimas, y contemplar su esfuerzo para incorporarse y
pese a todo seguir viviendo. ¿Por qué la lluvia siempre acompaña el dolor de
ausencia? Simbolismo, surrealismo, impresionismo, experiencia humana.
El lector, entonces, también se sentirá protagonista de estos poemas.
Porque su autor le dice en uno de ellos:
Que yo recuerde, y lo recuerdo,
nuestra historia no tiene edad.
Y todos somos: “náufragos de plata
asidos a la misma roca” y
El tiempo acuchilla poco a poco,
sin remedio,
el camino agridulce de la vida.
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