viernes, 11 de enero de 2013

Número 44

2 0 1 3  C R E O  E N  L A  I R A

En su último y estremecedor poemario, Canción errónea, Antonio Gamoneda

escribe al final del mismo:

Creo en la ira

Y en mi trabajo sobre el libro que publiqué en el número 129 de República de las Letras,

concluía mi texto anotando tras el poético y callado grito de Gamoneda:

Y decimos mirando a nuestro alrededor:

¡Que así sea!

2013. Basta de ritos, celebraciones, luces, goles, coches, pascuas, loterías, sonrisas festivas e hipócritas. Articulemos la ira. La ira contra esa minoría que detenta el poder en España y que con un lenguaje tan repulsivo como mendaz predica resignación mientras agudiza su presión esclavizadora sobre la mayor parte de la población, y arrasa con los avances conseguidos tras decenas de años de lucha en temas como la sanidad, la educación, la erradicación de la extrema pobreza.

Vivimos en un mundo cada vez menos humano y la palabra que se escribe y pronuncia se convierte de inmediato en basura, algo peor que la más hedionda de las hediondas mentiras: es la más repugnante pieza escrita en el más repulsivo de los urinarios imaginables.

Recordemos a Julio Cortázar: "el mundo está saltando en pedazos cada mañana y nosotros aún nos encerramos en nuestros pequeños problemas de celos, familia, triángulos". Ni eso siquiera: la más sufriente población se encierra con los asquerosos programas de chismorreo en la basura de la tele.

O pensemos en Kafka viendo como cada mañana uno de nuestros familiares, convecinos, ciudadanos conocido o no, amanece convertido en un insecto y ante su presencia continuamos rutinariamente en la indiferencia o la resignación.

Articulemos la ira contra esos cientos de miles de personas, terroristas que imponen sus leyes para que sus latrocinios (beneficios llaman) crezcan y les hagan cada vez más ricos y poderosos, es decir execrables, deleznables.

Articulemos la ira contra el lenguaje que nos obligan a escuchar o leer, y algo más grave, que miméticamente reproducen los ciudadanos en sus conversaciones públicas o privadas, o en sus opiniones, haciéndolo suyo. Al vestir la piel de los mal hablados, de los corruptores, depredadores, destructores de las palabras y los conceptos, se convierten ellos mismos en mudos y fieles servidores de la estulticia y la perversión a que los someten.

El lenguaje de los gobernantes, de los que dicen ejercer la oposición, de gran parte de los periodistas, de los necios tertulianos que vomitan su fraseología vacua todos los días en los medios de comunicación, de esos escritores y escritoras que sueltan su banal y conformista charla en las entrevistas que les hacen por haber convertido su literatura en chatarra mercantil publicitaria.

¡Ah del lenguaje! ¿Quién nos responde hoy día de él? Casi cien años años han transcurrido desde que nuestro fustigador Karl Kraus escribiera: "El habla y la escritura de hoy en día, incluidos los de los expertos, han convertido, como quintaesencia de una decisión frívola, el lenguaje en basura de una época que extrae del periodismo todo su acontecer y experimentar, todo su ser y valer. La duda, ese canto que el gran don moral que el hombre podría agradecer al lenguaje y que hasta ahora ha despreciado, sería la inhibición salvadora en un progreso que conduce con absoluta seguridad al final de la civilización a la que cree servir".

Articulemos igualmente la ira contra quienes rinden pleitesía a los mercaderes y mercachifles a los banqueros y ministros, a quienes se convierten en sus lacayos y operan sobre la población cada vez más esclavizada y convertida en laboriosas y ciegas hormigas.

Extendamos la ira a los millones de ciudadanos apagados, resignados, embrutecidos, para que ante su estallido despierten de su alienación y se pongan en movimiento desbordando los diques que pretenden al tiempo que marginarles contenerlos. Veinte, diez, varios.millones de ciudadanos desencadenando su ira en todas las calles de España no podrían ser ni frenados ni reprimidos. Del Rey abajo ninguno, se escribió siglos atrás. Del rey abajo, cortesanos de toda índole, deben ser desbordados por la ira de la protesta. La miseria de la Corte de los Milagros del Siglo XXI necesita ser vampirizada hasta su disolución esperpéntica final.

Ira, ira contra quienes mantienen esta selvática sociedad y contra los que callan ante su explosión cada día más salvaje y cruel, contra los que ordenan las leyes y contra quienes las acatan en silencio, contra los corruptos y los que se dejan corromper.

2013. Creo en la ira. Y, o nos salva la ira, o regresamos al silencio de los esclavos vestidos con algo que llaman democracia.

 

Colaboración. Francisco Vélez Nieto.

 

Durán i Lleida y los andaluces.

¡OJÚ QUE FRÍO, LOS ANDALUCES!

 

Dad todo el poder al hombre más virtuoso que exista, pronto le veréis cambiar de actitud.

Herodoto

 

Siendo niño, en mi pueblo, gravé en la memoria un cante por caracoles que cantaba con sentimiento y voz fina pidiendo paso El Niño de la Huerta: "Por la calle de Alcalá suben y bajan / los andaluces, los andaluces / Como relucen, cuando suben y bajan / por la calle de

Alcalá, los andaluces". Ya por los años mozos, emigrante en Alemania, por esto de amar la poesía, conocí el poema de José Hierro "Los andaluces": "En dónde habrían dejado /sus jacas, en dónde habrían / dejado su sol, su vino, / sus olivos, sus salinas. / En dónde habrían dejado / su odio... Parecían hechos / de indiferencia, pobreza, / latigazo...Ojú qué frío"

¿Qué edad tendría este revolucionario catalán cristiano de devoción llamado Durán i Lleida cuando Pepe Hierro escribió este poema? Cuando los andaluces, "Ojú qué frío", llegaban apiñados con su maleta de madera de tercera en tercera, como cama, como mesa, como asiento, a trabajar de sol a sol y fiestas de guardar en Cataluña.

Tan taciturnos, tan altivos desde su pobreza de "En mi jambre mando yo", los andaluces, estos que desde Cádiz para situar a América, solamente tienen que decir: "Allí, pasando el charco".

Y es que el mundo para un buen andaluz es un pañuelo. Lo contrario que este catalanista de aldea, que pretende comerse a dios por los pies y a todos los andaluces sacarlos de las tabernas para meterles la lengua catalana a insultos. Parece mentira, una lengua tan bella, tan rica en literatura y poesía, que este nacionalista de aldea quiera implantar a golpe de insultos. Como si no hubiéramos tenido bastante los catalanes y los andaluces con Franquito y la Santa Iglesia de Roma protegiendo a tanto asesino. A aquella gente, que hasta cuando soldados involuntarios nos predicaba con cólera el cura castrense, que el catalán era un dialecto.

Me lo pregunto desde esta tierra mía, advirtiendo al lector que no soy ni andalucista y mucho menos nacionalista, porque ni nací pinturero ni conservador ultramontano, solamente andaluz y me basta. Me pregunto, digo, si Durán i Lleida y su revolución pendiente, tan lejos del

Homenaje a Cataluña, habrá leído el poema de Pepe Hierro, si habrá paseado alguna vez por un olivar cuando el frío hincha las manos que sangran cogiendo aceitunas. Y todavía quedan ganas de cantar: "Ojú, qué frío". Los andaluces. Y cuando han pasado varias generaciones para recordar su tierra, montan una Feria de Sevilla en Barcelona que visita un millón de criaturas. Y parece que van solos ondeando un pañuelo con un fragmento de su honda y vieja cultura. Feria de Sevilla, fiesta grande que inventaron un catalán y un vasco. Llevan el ritmo de las palmas, nada de fusiles y decretos de leyes dudosas. Y cantan y bailan porque parecen que están solos. Sus fronteras las llevan en el alma, lo demás es todo campo y cielo; que todo lo que hay en España es de los españoles. Dicen otros.

En tiempos difíciles y canallas, he aplaudido en los domingos de sol la sardana bailada en el

Retiro de Madrid. He presentado en Europa a cantantes catalanes. Le hemos puesto una calle a Vázquez Montalbán en la Feria del Libro de Sevilla de 2004 y premiado al presidente de la Asociación de Libreros de Barcelona con una placa de plata pura, más mesa, mantel y cama de matrimonio: "Ojú, qué frío... Los andaluces". No lo digo para que nos imite el inmaculado nacionalista Lleida. Lo escribo para advertirle a ese señor que no nos va a cambiar ni la madre que nos parió. Y es que cada uno es de su padre y de su madre.

Nosotros los andaluces somos un pueblo viejo y abierto, somos tan blancos como la Reina de Inglaterra, con muchas civilizaciones llegadas desde fuera, todas bien acogidas. Nos molesta y nos resulta indiferente la palabra frontera. En cambio, la hospitalidad está en el pentagrama de nuestra copla popular. ¡Viva Cataluña sin ladrones!

 

miércoles, 2 de enero de 2013

Número 43

PASCUAS. RITOS. ALIENACIÓN. ¿Y DESPUÉS?
Primer Manifiesto del año 2013.

En sus Carnets, marzo de 1942, escribe Albert Camus:
"Somos el resultado de veinte siglos de imaginería cristiana. Desde hace 2.000 años se presenta al hombre una imagen humillada de si mismo. El resultado está a la vista. En todo caso, ¿quién podría decir lo que seríamos si hubiera perseverado en estos veinte siglos el antiguo ideal clásico, con su bella figura humana?"
Hoy todos os felicitan las Pascuas. Mañana volverán a hablaros de la crisis y la necesidad -perdonad que vomite mientras escribo palabras pronunciadas por repugnantes personajes- de "apretarse el cinturón" y aceptar sacrificios para resolver los problemas del bla,bla,bla.
Ni resignación cristiana ni escucha de proclamas burocráticas políticas. Todos mienten. Solo piensan en sus intereses personales. En conservar o alcanzar las distintas formas de poder, único fin de su ideología. Mantener sus prebendas, sus escaños de la democracia virtual, creerse importantes porque salen en televisión, orgullosos de "mandar", que si no gobiernan hoy sobre todos, gobernarán mañana, y mientras eso llega, al menos "gobiernan a los suyos".
La imaginación revolucionaria es más importante y necesaria que nunca. Y son los jóvenes violentos y airados y que conservan todavía la capacidad de pensar, quienes pueden empujar a los trabajadores -la mayor parte de los ciudadanos- y a quienes carecen de trabajo, a una contestación no tibia, pasiva, sumisa al fin, sino violenta y revolucionaria. Que comienza con la denuncia de quienes predican el conformismo, la pasividad, la resignación. O de quienes únicamente imponen las ordenadas manifestaciones que comienzan tocando el pito y acaban con las porras o en caso de simbólicas huelgas con el descuento de las cada vez más enflaquecidas nóminas. Pero que justifican a quienes cumplen así su función opositora al tiempo que contribuyen a mantener el orden impuesto por los poderes que les pagan. Sería preciso que ni uno solo de esos políticos o dirigentes sindicales cobrara un solo euro de los explotadores del sistema en el que cohabitan, para creer en ellos, para que pudieran convertirse en auténtica oposición al devorador capitalismo impuesto en el llamado mercado europeo. O que si les mantienen no acepten sus reglas y las desafiaran con violencia semejante a la que ellos imponen a través de sus sicarios, policías, medios de comunicación, leyes o preceptos religiosos.
Ese homúnculo propio del siglo XXI que aparece como máximo gobernante de la llamada Comunidad de Madrid, dice que debe limitarse -supongo quiere decir terminarse- con el derecho a la huelga. Mientras busca convertir Madrid en el Chicago años 20. Que lo haga y consiga. Para que el viento devastador cree el auténtico tsunami que necesita la contestación política y revolucionaria en nuestros días. Que se rompan las falsas normas de conducta de quienes lo único que añoran es el orden imperante en gran parte de Europa al final de los años 30. Vayamos al caos, a ver si así los gritos no se detienen en las esquinas en que pretenden confinarlos.
Los representantes de los partidos políticos escenifican la comedia del poder y la oposición -Rajoy Rubalcaba a la cabeza- para luego, en saraos y escenarios abiertos a los decorados de la farsa democrática, abrazarse entre si. Cuando el primer mandamiento de quién piensa de manera distinta al del terrorista manipulador de las conciencias, al corruptor de la vida social y cultural de nuestros días, es el de escupir en la estela que a su paso vaya dejando.
El silencio del intelectual, que hoy solo parece sentirse realizado si aparece en las fiestas de la cultura espectáculo, de la cultura mercancía, de la cultura fiesta del mal gusto y la degradación estética imperante, al lado de maleantes o criminales que dicen patrocinar el arte, o colocado como un pelele en un rincón  de cualquiera de los grandes almacenes que le ofrecen un día de éxito para que firme sus obras a los humanos víctimas de la publicidad y debilidad de su pensamiento. Todos han de ser igualmente denunciados. Los discursos de Reyes, Presidentes de Gobiernos, Generalitates, Papas y demás ralea "honorable" debieran arrojarse a los cubos de la más putrefacta basura sin comentario alguno. Traidores denunciables ante la historia, la libertad, o el pensamiento son tanto el Premio Nóbel de Literatura como el máximo responsable gubernamental español, catalán, yanqui o iraní, y sobre todo, esos tíos o tías que nos cercan día tras día con su presencia y jerga tan nociva como incomprensible y que se enmarcan en letreros que hablan de comisiones europeas, fondos monetarios internacionales, organizaciones bancarias y demás engañifas en las que esconden sus latrocinios.
Suprema maestra ha sido durante veinte siglos la Santa Madre Iglesia en el arte del engaño para salvarguardar su poder y sus intereses económicos. Ahora, cuando pasen sus fiestas, las "felices fiestas" y demás zarandajas estúpidas solo dejarán otra vez la melopea de los lamentos y súplicas a quienes se quejan de su suerte y de las constantes malas noticias que les envuelven. Y la única defensa que le resta a quién no desee ser sacrificado lentamente, día a día, hasta el sacrificio final, es la de atacar, unir su protesta no mediatizada a la de la mayoría sujeta a su condena para hacer imposible la vida y el negocio a sus explotadores, no olvidando que si en los Guindos o Ratos se escenifica parte de la culpa de sus sufrimientos, esos otros personajillos a los que nos hemos referido, como el director de cualquier periódico de los que no tienen más remedio que leer porque para eso les pagan quienes impiden exista otra manera de informar y opinar, arrastra igualmente idéntica responsabilidad en la "banalidad del mal" que nos consume.

Cerremos con Albert Camus este breve Manifiesto piadoso:
Lo que reprocho al cristianismo es que sea una doctrina de la injusticia.
Y a ver si algún día no necesitamos de las Felices Pascuas para no ser un momento felices, sino que creamos la sociedad del culto al placer y la libertad ajena a dominadores y dominados, explotadores y explotados, y somos felices cuando nos de la gana y no cuando lo programen para instaurar el resto del tiempo el dominio de la infelicidad.

La Linterna del S. XXI