martes, 27 de febrero de 2018

número 143


A N T O N I O    F E R R E S

A. Ferres: Dos poemas. Los campos de verano. En recuerdo de Javier Alfaya
                                   La rana que croa en el estanque
 
 
 
En los años 60 Antonio Ferres fue, junto a Armando López Salinas, mi mejor amigo. Nunca olvidaría las reuniones que manteníamos en su casa de la calle Velarde, a veces hasta altas horas de la noche, hablando de literatura, política y la vida cotidiana. Los tres militábamos entonces en el partido comunista. Poco antes del 68, Ferres, cansado del partido y de su cada vez más estancada vida, marchó a París. Luego se fue a dar clases a universidades de Estados Unidos.
 
Muerto Franco regresó con su pareja americana de entonces, Doris, a España. Nos volvimos a ver con frecuencia, y entonces, como yo era director  literario de la editorial ZYX, publiqué en ella su precioso libro de relatos El colibrí con su larga cola.
 
Ferres es, además de un gran escritor, uno de los personajes más sinceros y entrañables que se han desarrollado en el siglo XX español. En los años del actual siglo ha creado, además de novelas y relatos que con gran sentido literario publica la editorial Gadir, una fuente para mí desconocida y que realza su gran y variada literatura: la poesía..
 
Por eso éste número de La Antorcha del siglo XXI quiere rendir homenaje al gran amigo, escritor y humanista que es Antonio Ferres, con dos poemas últimos que me ha enviado.
 
LOS CAMPOS DE VERANO. En recuerdo de Javier Alfaya.
 
Hay tristeza en la muerte
                             del pájaro
porque el pájaro sabe el ansia
                              del vuelo
sabe volar alto sobre la tierra.
 
Tiene aún colores el pájaro caído
                  -las plumas y las alas-
mientras caminamos bajo las nubes
                                y los árboles.
 
Hay tristeza cuando el pájaro muere
mientras estalla la vida en los campos
                                       del verano.
 
 
 
LA RANA QUE CROA EN EL ESTANQUE.
 
SOLAMENTE EL IDIOTA
    - A LO MEJOR MINISTRO
                  O PRESIDENTE-
SE CREE MÁS IMPORTANTE
              QUE LA HORMIGA
 
MÁS IMPORTANTE QUE LA FLOR
O QUE EL VELERO QUE CRUZA
RADIANTE LA DISTANCIA
 
SE CREE MÁS IMPORTANTE
QUE EL GRANO DE TRIGO
A PUNTO DE MORIR
SIN LA TIERRA Y LAS LLUVIAS
                          TEMPLADAS
DE LA PRIMAVERA.
 
SOLAMENTE EL IDIOTA
SE CREE MÁS HERMOSO
QUE LA RANA VERDE
QUE CROA EN EL ESTANQUE
                      DE LA TARDE
 
               Antonio Ferres.
                
 

miércoles, 7 de febrero de 2018

número 142

 
 
LETIZIA Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
 
Día tras día, mes tras mes, periódicos, revistas, televisiones, hablan de la reina Letizia. ¿Hablan? No: eso supondría indagar en sus ocupaciones literarias o artísticas, en sus estudios sociales y aportaciones para la cultura, la lucha contra la discriminación, los genocidios de los exiliados, la destrucción ecológica y ambiental y la necesidad de romper la cadena de quienes tienen en su país -apenas unos centenares- más dinero que el que ingresan millones de ciudadanos.
Sería entrar en la mujer, en sus pensamientos, en sus posibles acciones, incluso en su vida diaria.
Pero no: todos los medios de comunicación se limitan, cuando aparece en un acto público, a contar como viste, los zapatos que lleva, quienes se los proporcionan. Y las joyas que exhibe. Minuciosas descripciones que acompañan su fotografía. De la cabeza a los pies solo existe el maniquí. No escriben, hablan, reflejan otra cosa, como si no fuera un ser humano y sí un simple figurín que se exhibe para conformar lo que es la vida de una reina, ahora sí auténticamente ficticia. El amor, el dolor, la cultura, la política son algo, para los periodistas que no puede encarnarse en ella-
 
Y esto me hace recordar el capítulo q1ue la dediqué -en él expongo las razones que me llevan a tratarla- en mi libro Antimemorias de un comunista incómodo que me publicó hace ya tres años la editorial Península de Planeta. Se llamaba "Leticia: estudiante en Tutor, reina en la Zarzuela".
Por considerar su evolución acorde a lo que se ha, o la han convertido los medios, recojo algunas frases del mismo.

Ya no es mujer. Olvidan, en la representación a que preceptores, tutores, guardianes y personal de servicio la conducen, desde que se levanta hasta que se acuesta, que también es cuerpo y mente, no solo máscara. La máscara es trabajada por el equipo que la armoniza hasta que consiguen que su rostro se vuelva indefinible, hasta que controlan al límite sus expresiones para que no se descomponga jamás a la luz pública (...)
Y como dentro de los ejercicios brillantemente aprobados no existían palabras, diálogos, controversias, dudas, y sí escenificación para el selecto público donde se exhibía su figura y el aprendizaje de idiomas, y al expresar bien pronunciadas frases en ellos, los aquiescentes aplaudirán complacidos al ritual: sí, oh, magnífica, bella e inteligente, no malogra su figura y habla idiomas perfectamente porque ya no habla ninguno. ¿Y su ética? Esa palabra no figura en el catecismo regio. ¿Cómo va a plantearse si ella ya no piensa, solo interpreta los pales que le asignan?
 La existencia pasa a convertirse en una telenovela para consumo de los espectadores. Y en ella, lo más importante, son los adornos de la intérprete, peinado, vestidos, joyas o ausencia de joyas, zapatos y bien afilados tacones. Que ocupen y realcen los decorados sobre los que se mueven o permanecen estáticos los figurantes -incluso en la entrega de premios literarios o artísticos- que hablen sin hablar, sonrían sin sonreír y no verán nunca lágrimas porque el ejército de maquilladoras y su bien retribuida estrategia impiden que rostros tan bien trabajados y compuestos puedan en cualquier momento descomponerse.
Mas fuera de la representación quedan las alcobas de las niñas, los pasillos sin criados ni mayordomos, el lecho ocupado o vacío, los momentos en que despierta del eterno sueño dominante que la ha paralizado, y tal vez, cuando desaparece la escena, renace la vida. Mas esa ya no está preparada para el espejo público. Solo una poderosa imaginación y un catártico análisis, podría tal vez entrar en ella.
Y al final de las palabras, la memoria, de pronto, regresa a aquella joven que estudiaba periodismo y que estuvo en un modesto piso lleno de libros situado en la calle Tutor. Si ya ha sido premiada y obtenido el gran reconocimiento virtual al que aspiraba, busque, por si casualmente se encuentra en su biblioteca de La Zarzuela, las obras de Shakespeare, y lea en el acto V de Macbeth estas palabras:

¡Apágate, breve llama!
(...)
La vida es un cuento
que cuenta un idiota,
lleno de ruido y furia
que no significa nada.                                   
 

La Linterna del S. XXI