lunes, 24 de julio de 2017

número 133

 
 
CIEN AÑOS DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE
 
 
Del sueño al desencanto.
 
               Hay personas sombrías con ideas optimistas y también están los pesimistas alegres. Bujarin era de una naturaleza asombrosamente íntegra: quería rehacer la vida porque la amaba.
                                                                                                                           Ilia Ehremburg
 
Ni con dogmatismo ni con cólera: la revolución rusa del 17 fue el más anhelado e importante acontecimiento político del siglo XX y mantuvo a millones de ciudadanos, sobre todo los más sufridos y explotados, y los que aspiraban a un mundo más justo y menos supeditado a los capitalismos e imperialismos devastadores, en la esperanza de su consolidación. Su caída supuso la frustración del sueño que la alentó.  No es fácil argumentar las causas de la victoria - derrota. Su acoso mundial desde sus inicios -más de una decena de países sufragando una rebelión interior contra ella- la debilidad del ser humano, aunque sea revolucionario, para huir de los ancestrales vicios del poder y la personalidad dictatorial basada en el uso de la fuerza, la pusieron en peligro desde sus inicios, pero sobre todo cuando comenzaba a consolidarse. Sus primeros años se debatieron entre  la lucha por mantenerse firme ante el terrible acoso interno y externo que quería derrotarla, y el debate revolucionario entre social democracia y marxismo leninismo tanto en el Parlamento como en discusiones masivas entre obreros, campesinos e intelectuales para la mayor transformación social y política que conocieron los siglos, inspirada en textos de los grandes creadores revolucionarios del siglo XIX, cuyas teorías intentaban aplicar en medio de las convulsiones que vivían. Triunfarían los que apostaban por un estado militar y represivo absolutamente centralizado frente a los más marxistas que buscaban dar pasos que terminaran con la consolidación del Estado hasta su necesaria desaparición.
 
Fue tal su impacto que los gobiernos militarizados y de un capitalismo  salvaje tuvieron que abrir paso a vías social democráticas e incluso a lo largo de los años, sobre todo tras la hecatombe mundial provocada por el fascismo y nazismo, impulsar beneficios sociales para las poblaciones, que paliaran el efecto de pura explotación a que estaban sujetas por banqueros, capitalistas, y regímenes monolíticos.
 
En esta reflexión sobre lo que no es un simple aniversario, sino un motivo de estudio para  aplicarlo al presente y al futuro, vamos a transmitir las palabras de uno de los hombres más importantes y lúcidos que participaron en ella, que al margen de epítetos, descalificaciones  o elogios, marca con su vida y obra ese auge decadencia que va de 1917 a 1937: me refiero a Nicolás Bujarin, agudo economista, comunista convencido y tal vez el hombre en el que había puesto sus esperanzas, ya en su decadencia final, Vladimir Lenin, y al que Stalin consideró el mayor enemigo de su ascenso dictatorial y su equívoca transformación de la URSS en estado totalitario al tiempo que se negaba a aplicar sus teorías económicas que buscaban un desarrollo pensado en beneficio de la población y no en el egocentrismo militar, autártico y de deformación del partido bolchevique. Por eso, como hizo con  otros fundamentales comunistas que habían llevado a término la revolución de octubre, le torturó y asesinó para consolidar su poder absoluto.
 
Escribe Bujarin al triunfo de la Revolución, palabras vigentes para nuestro tiempo histórico:
                Tratando de obtener las mayores ganancias, los capitalistas buscan fuerzas de trabajo, más baratas y al mismo tiempo la mayor explotación posible. Se persigue así la "cacería" de trabajadores, lo que se llama en Occidente "el efecto llamada". Y al tiempo en aras del máximo beneficio se desplazan mercancías y capitales cada vez más lejos de su país de origen.

Y en un discurso en La Sorbona, ya en 1936:

El fascismo, tanto en la teoría como en la práctica, ha llevado a un extremo las tendencias autoindividuales, ha erigido un estado totalitario todopoderoso sobre todas las instituciones y lo despersonifica todo, a excepción de los dirigentes y superdirigentes... La despersonificación de las masas es proporcional a la glorificación de los dirigentes.

A su regreso a la URSS comienza su persecución directamente ordenada por Stalin. Al fin él y su mujer son detenidos. Bujarin sería torturado y como otros dirigentes de la revolución, Zinoviev, Kamenev, incurriría en esa confesión no sabemos los procedimientos empleados para que cientos de ellos que no escaparían a la pena de muerte confesaran las mismas o parecidas palabras, diría en su proceso:

Con brillante aplicación de la dialéctica marxista-leninista Stalin fue totalmente correcto al refutar toda una serie de posiciones teóricas del desviacionismo derechista del que yo era el único reprobable.

 Antes de morir dirigió una escueta a nota a Stalin, que lógicamente éste no contestó. Decía en ella:

Koba, ¿qué necesidad tienes de matarme?

Pero las palabras más importantes, antes de que fuera asesinado, son las que escribió para los comunistas:

Me dirijo a vosotros, la futura generación de dirigentes del partido, cuya misión histórica consiste en aclarar la monstruosa red de crímenes que en estos días está creciendo una vez más, extendiéndose como el fuego, asfixiando el partido.
La política de Stalin nos conduce a la guerra civil. Tendrá que abordar las revueltas con sangre. será un estado policiaco.

El gran escritor Alekxandr Blok, otra víctima revolucionaria, en breves palabras nos describiría lo que pensaban muchos de quienes acompañaron a Lenin, Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Bujarin y cientos de nombres que podríamos añadir, aquellos días de octubre del 17:

 
 
 
 ¿Qué hacer si me engaño un sueño, como todos los sueños, y la vida despiadada me atizó con un látigo cruel?

Pero el comunismo, teoría y práctica de una vida distinta, que culmina en la desaparición del Estado tal como se viene configurando desde siempre, y en una sociedad no escindida en explotadores y explotados, y que hasta ahora no ha podido aplicarse, responde a las palabras que un día me dijo mi amigo Saramago:

El comunismo ha muerto: Viva el comunismo
 

lunes, 3 de julio de 2017

número 132


DE ELECCIONES.  EL HOLOCAUSTO DEL PENSAMIENTO



Las nuevas elecciones políticas, sea en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España, para el Gobierno o para un partido, muestran como ya no existen periodos de reflexión, exposición y debate crítico de programas concretos entre quienes han de votar, dudas y aportaciones para exponer problemas no coyunturales o de mera organización, sino fundamentales, del presente y, sobre todo, del futuro. Todo se ha convertido en espectáculo. Basta un teléfono, una tableta, 3 líneas machacantes que usen dos o tres eslóganes que se repiten continuamente, ataques groseros y reiterativos a los contrincantes, unos vivas y unos mueras y concentraciones donde solamente habla el que aspira a ser dictador y busca aplausos y gritos de apoyo al líder y no razones.
 
No faltan  las continuas apariciones en televisión y otros medios que dicen comunicativos y sobre todo la reiteración de mensajes tan simples como falaces y ayunos de contenidos, huecos y alienantes, para arrastrar entre los militantes  el fervor que les exigen y anular las controversias y razonamientos. Músicas, banderas y palabras como mercancía publicitaria. Y reprobación de los "otros" que no excluye la mentira o lo escatológico.
 
En resumen: mítines constantes y lenguaje primitivo. Así se conquista una Nación o un partido. No hablemos de los contrarios que siguen caminos paralelos a los de los vencedores.
 
Hace siglos escribió Montaigne:
Fundar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación de los demás y adoptar un fundamento demasiado incierto y confuso. En particular en un siglo corrompido e ignorante como éste, la buena estima del pueblo es injuriosa.
 
¡Qué escribiría si viviese en el siglo XXI!
 
Y Robert Walser, en 1940:
Como los dictadores surgen casi siempre de las capas bajas del pueblo saben exactamente lo que el pueblo anhela. Al hacer realidad sus propios deseos, hacen realidad los de los demás. Al pueblo le gusta que se le preste atención, que se sea, ora paternal y cariñoso, ora severo con él. De este modo se le puede convencer incluso para ir a la guerra... Vivir bajo tutela y ser maltratados es el máximo honor al que podemos aspirar. Pero someterse es mucho más refinado que pensar. Quién piensa se subleva, y esto es tan feo, tan nocivo...
 
Ya escasean los seres solitarios que vean, escuchen, piensen. Que odien los aplausos, las concentraciones y aclamaciones. Hemos llegado al gran holocausto del silencio en la sociedad del vocinglerío, y del pensamiento y la sensibilidad en la instauración comercial del mal gusto y la engañosa publicidad. Es el progreso. Todos uno, uno todos. Felices. Que las masas, en el fútbol, los conciertos constantes de melopeas ruidosas y luminosas y movimientos esperpénticos y hasta salvajes, propios para la alienación colectiva desde que se es muy joven, o  las grandes concentraciones festivas de líderes y Vírgenes, organizadas y desarrolladas de forma similar, también patrióticas -que nefasta la palabra Patria-. Todos se identifican en la turbamulta gozosa y aparentemente feliz. Solo falta en nuestra actual civilización, que no en la de otras religiones, el viejo espectáculo de las iglesias cristianas: que en las plazas públicas, ante el júbilo del pueblo, se queme o ahorque a los pensantes, a los críticos, a los solitarios, a los diferentes. Pero cada vez quedan menos herejes. Aquello de marchemos todos juntos y yo el primero por la senda del espectáculo del mundo que ha conseguido aunar política, literatura, sexo y vida, confluye en el gran mercado publicitario donde se queman las palabras y los pensamientos -y hasta se organizan en todas partes Ferias del libro, por ejemplo, para consumarlo.
 
A veces, cuando uno reflexiona así, no puede por menos de preguntarse: ¿para qué y para quién escribes estas cosas? Y tras largo silencio tal vez pueda responderse: para mí mismo. Si no fuera por las palabras, las dudas, y los razonamientos que te impregnan sobre su uso, te resultaría imposible continuar viviendo. Y además así podrás recoger con orgullo que alguien pueda llamarte cavernario, pesimista, retrógrado, porque al hacerlo ignora que entonces sonreirás y serás tan feliz como cuando las escribes, aunque para nada puedan trascender, porque te sientes humano y consciente de que uno no será uno sino el que huye de que uno sean todos.


La Linterna del S. XXI