viernes, 19 de julio de 2013

Número 54

MALDITA  ESPAÑA  Y  SU  "MARCA"  ESPERPÉNTICA

No. No me he vuelto loco ni estoy tratando el tema de los nacionalismos, que sea del tipo que sean apestan a reacción. Únicamente me encuentro invadido por una ola de repugnancia, tristeza y amargura, cada vez que pienso en que se ha convertido el país donde nací y vivo, por culpa de unos   personajes rechazables que nos gobiernan, en la política, la economía o la cultura. Seres corruptos nos invaden por doquier. Difícilmente el latrocinio alcanzó cotas tan inimaginables. Y envuelto en ese desdichado nombre de España según se utiliza en múltiples aspectos por la historia -la que se estudia en libros o se contempla en seriales, lee en libros, encontramos en monumentos o callejeros, nombres que van desde los Reyes Católicos a Torquemada o Franco- la esperpéntica ocurrencia de quienes andan por el mundo ridiculizándose a si mismo y al producto que quieren vender: marca España la denominan.

A lo largo de los años el cine y la literatura han popularizado determinadas "marcas" de célebres asesinos, mafiosos, individuos estafadores o sanguinarios, grupos criminales. Y lógicamente, de innumerables empresas comerciales. Ahora España tiene su propia marca: la de la corrupción. Ya no es el chauvinismo rancio, el folklorismo barato, las fiestas religiosas o paganas lo que se exporta: ahora es el enriquecimiento ilícito, la chulería y prepotencia de los ladrones de corbata -por favor, ¡cómo iba Bárcenas a declarar ante el Juez sin ella, si es el signo distintivo de su clase- el chalaneo de los paraísos fiscales. Y así al torero o futbolista de moda, a la tonadillera o el Julio Iglesias de turno, a la Duquesa de Alba o la baronesa Thyssen, a la Virgen del Rocío o San Fermín, a la Moreneta o el caballo de Santiago, suceden los sacrificados por el pueblo: Rajoy, Cospedal, Montoro, o personajes menos respetados -al menos hoy, que cuando mascaban poder lo eran- como el Bigotes, su amiguito del alma, o los variados apéndices de lo que parece simple marca de quesos, Gurtel.

Como es mejor no tocar el patriotismo de la familia regia, de los deportistas de élite o empresarios de altos vuelos investigando sus cuentas o el lugar donde depositan sus ahorrillos, se tapa el terrorismo económico con ríos de tinta impresa o hablada para hacer ver que la justicia es una cosa muy seria, y a algunos se les castiga con leves vacaciones penitenciarias, aunque no tardan mucho en regresar como protagonistas a televisiones o seriales y sobre todo a su vida de lujo que sus impolutos dineros bien guardados por honorables bancos del latrocinio ajeno les permiten llevar hasta que se mueran.

España. Pobre país lacayo del imperio tan criminal como retrógrado en su ética y formas de vida que conforman los Estados Unidos de América. España, colonizada por sus aviones, bases militares, colaboradora del terrorismo que ejerce sobre otras naciones, supeditada a sus imposiciones culturales asumidas desde el cine, la música, los deportes, la comida o la repugnante ideología puritana -que convive al tiempo con los execrables mundos de la prostitución y la droga o los repugnantes predicadores de la represión y el rifle, con las leyes racistas y discriminatorias y las mafias que controlan los mundos de la degradación sexual y moral.

Lacayos de Estados Unidos, siervos de la Europa de los bancos y las oligarquías dominantes, esclavos de un lenguaje que deforma hasta los límites más sarcásticos y miserables que podamos imaginar la realidad del empobrecimiento económico, social y cultural de esa marca que intentan vender en los mercados del mundo con el nombre de España.

¿Cómo combatir esta representación del esperpento que se denomina democracia? Si existiera una oposición real, ésta no debería participar en la farsa. Abandonaría simplemente el teatro en el que la mayor parte de sus actores son neofascistas: que lo ocuparan éstos solamente, que sus representaciones no contaran otros espectadores que ellos mismos, que en el Parlamento y el Senado hablaran y legislaran para sus oídos. ¿Y los medios de comunicación? Que también dejaran de acercar sus rostros, cámaras, plumas y micrófonos en las patéticas ruedas de prensa. Que no colaboraran con sus vergonzosas informaciones. También ellos -no nos referimos a los que trabajan con sueldos cada vez más empobrecidos, en peores condiciones, a los que van recortando sus espacios de libertad- sino a los dueños físicos al servicio de las multinacionales de los medios, a los bien remunerados señores y señoras de la opinión que participan en este siniestro tinglado al servicio de la marca España -¡sólo nos falta la concesión de las Olimpiadas!- esa marca de la que hablan los neo analfabetos -sean ministros o bien chaqueteados miembros de las reales Academias, los prepotentes sobre todo dueños de la palabra discípulos de Goebels, o los pícaros de la peor especie, que llevan el estigma de la corrupción política, económica o ética, que de ideas no pueden hablar quienes son incapaces de distinguir consignas y preceptos catequísticos de pensamientos, en sus genes.

España, sin todos ellos, no necesitaría de marcas. Y hablaríamos de sus hermosos paisajes, de sus poetas y artistas, de sus gentes explotadas, de los nombres negados y borrados de la historia oficial que responden a quienes lucharon, sufrieron, fueron perseguidos o asesinados, por intentar que no se contaminaran sus tierras fértiles y hermosas, los espacios en que querían habitar en la libertad, la igualdad, la auténtica justicia del progreso humano, por esa caterva de aves carroñeras que la emponzoñan. ¡Qué hermosa sería España sin reyes, nobles, aristócratas, banqueros, cardenales!

Para contrarrestar a quienes babosean sobre esas dos palabras, marca España, habría que hablarse cada vez más, sin miedos ni autocensuras, del papel que juegan quienes hoy son, en su mayoría, rostro, voz o tinta impresa de la opinión pública. Que denunciarse la atroz censura que ejercen los dueños u ocupantes de esos espacios públicos. Sabemos que para los que tienen realmente algo que decir, y necesitan dialogar con los miles de españoles desprovistos de voz, todos los medios públicos de información y opinión les están negados y han de recurrir, mientras no se los cercenen, a los de la red que culebrea con otros pensamientos e ideas a través de internet. Los payasos, los verborreicos y estúlticos locutores, presentadores, tertulianos, escribidores que todos hemos de soportar, son la única voz que salvo excepciones, merecen el desprecio y el silencio. Ya está bien. Para la necesaria rebelión no importa se sea viejo o joven, se vista con andrajos o con traje de marca. Cuentan la dignidad, la sinceridad, la diferencia, la inteligencia y la ética. Son quienes conforman el partido de los que no quieren ser esclavos o resignados y conformistas. Incorrectos frente a los correctos. Los únicos capacitados para alentar la utopía de que un día podamos habitar en un país que no nos dé vergüenza, en el que nos sintamos confortados y felices. Esa España que arrojara a las tinieblas a todos aquellos que pregonan y propugnan su "marca" para enriquecerse, mantenerse en el poder y explotar e intentar despersonalizar, oscurecer la inteligencia y la libertad de la mayor parte de los ciudadanos.
 

viernes, 5 de julio de 2013

Número 53


Políticos. Sindicatos. Ciudadanos. ¿Queremos suicidarnos o sobrevivir?

Esto no es ni una reflexión apocalíptica, ni un mensaje demagógico: es pensar en voz alta sobre las dudas que nos acometen al analizar la realidad de un mundo a la deriva. Y sobre todo poner el punto de inflexión en la culpabilidad de todos sus participantes, culpables por acción u omisión, conscientes o inconscientes de ella.
La perversión del lenguaje, tal como ahora se utiliza y lo padecemos, conduce a la destrucción de lo humano. Y el mundo se encamina hacia su silencio: algo más atroz que su propia estulticia. Jamás el ser humano había escuchado, había estado sometido a un lenguaje tan espurio, falaz, alienante, como el actual: y esto se lo debemos una vez más al "progreso". al desarrollo de los medios de comunicación y expresión, a la extensión del mercado consumista, a la dictadura de la publicidad.
Si la palabra se ha degradado, la literatura y el arte también han perdido su pureza, se han contaminado hasta imposibilitar su carácter expresivo, imaginativo, que alumbra la reflexión, el pensamiento, busca la diferencia y la belleza que debieran constituir el auténtico progreso, no el de la máquina, sino el del hombre, no el de la técnica sino el de la Humanidad en su caminar hacia la libertad, la igualdad social.
Intereses mercantiles y estructuras publicitarias a su servicio se encuentran detrás de esta destrucción del lenguaje, el filosófico y el poético, y por tanto propician la desintegración de lo humano, que el habitante de la Tierra pueda conquistar para preservar y enriquecer el mundo al que fue arrojado. Y es el lenguaje el que enmascara la realidad de la corrupción y la miseria en que políticos, sindicalistas, ciudadanos, naufragamos.
No podemos aceptar, no debemos, la pasividad, la sumisión, el discurso conservador de que la izquierda ha muerto y la burocracia vuelve banales todas las luchas, acciones, utopías. El político devora el tiempo porque no cree en él. El revolucionario lucha contra la certeza y crueldad del tiempo. El político se deja llevar por el tiempo. El revolucionario, como el poeta, se rebela contra el tiempo.
Si millones de ciudadanos escuchan un día sí u otro también, hablar a Cospedal, Montoro, Soraya de Santamaría, Rajoy, Arthur Mas, incluso Méndez o Toxo, sin rebelarse o suicidarse, es que se encuentra enfermo, desahuciado, viven en una sociedad destruida. En el gran teatro de la farsa democrática organizada y dirigida por las finanzas para agilizar la explotación capitalista, ellos son payasos mejor o peor pagados. Pero, ¿qué son entonces quienes no se alzan contra ellos, obreros o estudiantes, escritores o periodistas, catedráticos o funcionarios, técnicos o esclavos o esclavas sexuales? Ideólogos de la peor calaña son quienes pontifican sobre el fin de las ideologías. Y los banqueros reinan en los palacios episcopales, en los antros editoriales, en los despachos de educación o sanidad.
Asistimos, casi impertérritos a fenómenos como la configuración de Madrid como futuro lupanar y casino mafioso plagado de sicarios y canallas de la peor especie, bendecidos y apoyados por los fieles esbirros que les otorgan plenos poderes a cambio de mordidas y beneficios económicos y políticos. Mientras se deterioran todos los sistemas sociales, culturales, y para distraer la atención de los ciudadanos cada vez más esclavizados se publicitan y multiplican manifestaciones para pedir olimpiadas, aplaudir triunfos deportivos y organizar ludopatías que llaman musicales. ¿Qué locura envuelve a quienes, tengan dieciocho o sesenta años, se adhieren al espectáculo  de masas enfervorecidas y enloquecidas que mientras son conducidas al abismo en el que se despeñan todas las conquistas sociales que costaron ingentes años de luchas y sacrificios son arrastradas hacia semejantes representaciones selváticas e irracionales?
Cada vez más, eso si, se aumenta el número de componentes de las fuerzas represivas para que los rebeldes que con lágrimas o gritos intentan combatir la pasividad de los aposentados en la organización burocrática de la denominada oposición, sean represaliados, conducidos al silencio, ahogados con poderosos medios disuasivos en poder de la minoría dominante, explotadora, terrorista, que gobierna.
Terrorista. Vivimos en el más cruel, peligroso, siniestro terrorismo instaurado en sociedad alguna de la era democrática. El que lejos de ser denunciado y combatido, es jaleado en programas televisivos o radiofónicos, jaleado en páginas diarias o colorines de los periódicos, púlpitos de iglesias o de cualquier otro medio comunicativo en manos de las multinacionales que imponen su ley, la ley de la selva en la información y opinión. Para que la lucha tenga significado y pueda un día abrir caminos auténticamente revolucionarios, es necesario comenzar denunciando a quienes la paralizan: aquellos que desde medios de comunicación, partidos políticos u organizaciones sindicales, pretenden mostrarse como representantes de la izquierda o al menos "progresistas". Intentaremos en futuras reflexiones poner nombre a cuanto apuntamos. Existen minorías cuyo esfuerzo subversivo y utópico debe al menos encontrarse reconocido en el lenguaje que algunos planteamos, otros intentan elaborar.
Miserables tertulianos o comentaristas de grandes medios, eufóricos en su orondez estúltica, gritan con frecuencia: ¿dónde se esconden, qué se hizo de los intelectuales comprometidos? Hijos de puta (y que me perdonen sus madres por esta malhadada expresión): vosotros, siervos del poder represor, bien os encargáis de silenciarlos, procurar que no existan, callar sus palabras. A veces uno se lamentan de que no existan cárceles, inquisiciones, destierros que se apliquen a vuestras víctimas, para que al menos, como hienas, no podáis reír en el silencio y el vacío del desierto ideológico en que habitáis.
El infierno no son los otros: sois vosotros mismos. Y para vuestra violencia solo resta, primero imaginar, y luego desarrollar una auténtica contra violencia, que no esté, desde sus inicios, encaminada ni hacia el fracaso ni hacia el suicidio

 

La Linterna del S. XXI