miércoles, 8 de diciembre de 2010

SIN CENSURAS. Número IX.

Número 9

SIN CENSURAS

Sumario

El Papa, los retrasados mentales y los medios de comunicación
Crítica e información literaria
Hacia un nuevo, cada vez menos oculto, fascismo.
Sexo, escándalo y escandalizados.
Los Thyssen y las responsabilidades políticas y criminales.
Todos somos cobardes.
Las palabras de Aznar.
Aplausos y sonrisas.


Colaboración.
CARLOS TAIBO


Estado de alarma.


El Papa, los retrasados mentales y los medios de comunicación.

Abundan los retrasados mentales, no los enfermos, sino aquellos que en la sociedad desarrollan oficios varios, no nos referimos solamente al lumpenproletariado tan bien utilizado por los fascismos, sino a aquellos que pueden incluso tener carreras universitarias o ser personajes muy buscados por las televisiones para que ilustren con sus necedades a los adictos a esos programas propios para auténticos retrasados mentales aunque den los máximos índices de audiencia. Cuando dicen sus paridas, sus frases o balbuceos propios de quienes muchos llaman descerebrados, no se les presta mucha atención, y desde luego no son recogidos como reflexiones trascendentes. Pero existen otros retrasados de los que no ya se reproducen sus palabras, sino que convocan a políticos, intelectuales, para que las comenten, analicen, como si tuvieran un valor, un alcance universal. Hablo de un hombre que recientemente ha escrito o pronunciado en voz alta una de esas paridas que solamente el silencio o el inmediato olvido merecería de haber sido dicha por un retrasado mental cualquiera. Pero en este caso sucedió todo lo contrario. Porque él es la cabeza visible, suprema, de esa sacrosanta institución que tanto daño ha causado a la Humanidad desde que se constituyera: la Iglesia Católica. Me refiero al Papa de Roma. Periodistas, reporteros, se aprestaron de inmediato a repetir aquellas chorradas por todos los medios posibles y durante días y días se comentaron en tertulias o se publicaron artículos sobre ellas. Ah, se nos olvidaba decirlo, balbuceaba sobre el posible uso del condón en algunas relaciones sexuales. Al fin, pensamos, debieron considerar estos ganapanes de la opinión y la información que si durante siglos la Iglesia solo debatió sobre el sexo de los ángeles, estábamos ante un hecho milagroso, digno de debatirse mientras la ley del silencio sigue imponiéndose en la institución que dirige sobre el ejército de sus mudos miembros cuyos miembros provocan a veces violentos estallidos contra indefensas víctimas o las más resignaciones de larga vida masturbatoria, salida más placentera que la de una continuada y resignada enfermedad -psiquica, no física- que les permita alcanzar el Cielo.


Crítica e información literaria.

El País, El Mundo, ABC, Prisa, Mediapro, Vocento, periódicos, empresas similares, y radios como la SER o la COPE, otras, nada digamos de las televisiones, ofrecen idéntica imagen: la literatura, como los anuncios de prostitución, al servicio del mercado, que paga, compra y corrompe. Y en ellos, los mediocres, los serviles, los huecos, rara vez los que luchan por la libre comunicación, el análisis del texto, la limpieza de las palabras y los conceptos. Algo más profundo que el juicio que en tiempos que parecen cada vez más lejanos emitiera Octavio Paz: "A nuestra literatura le falta rigor crítico y a nuestra crítica imaginación". A veces ambas cosas coinciden en un mismo personaje, y como muestra el periódico que se fue, como la transición, al desguace de la historia, nos ofrece uno que ocupa todos los días numerosas de sus páginas y es capaz en un mes de saltar de México a Estocolmo, de aquí a Canarias, después a Frankfurt o a China si es preciso, opinando, entrevistando, glosando y de paso dejando tras de si alguna nueva obra.


Y al amparo de la mentira literaria se cobijan los pilluelos o gallos embravecidos que aceptan convivir en esta farsa. ¡Oh, Dios Mercado, guía nuestra palabra para que tu gran Profeta, La Publicidad, la airee y nos dé honores, dinero y vanidad, dicen los escritores de nuestros días mientras sus editores conjuran con su poder a los medios afines para que así sea!


En esta Antorcha, que partiendo de su origen karlkrausiano pretende recoger testimonios de auténticos creadores, es frecuente que reproduzczamos palabras de Juan Goytisolo. También ahora, para el tema que estamos tratando, reproducimos algunas de ellas que hemos utilizado en otra ocasión. Escribe: "El saber no rentable conduce las más de las veces al aislamiento y la marginación. No hay tribunales del Santo Oficio ni censura estatal como en tiempos de Franco, pero las medidas profilácticas, el cordón sanitario del que habla Marcel Bataillon en su obra sobre Erasmo y los erasmistas, actúan aún de modo subrepticio en el ámbito de nuestros estudios. Resultado de ello es el anquilosamiento o fosilización del conocimiento (...) Los que no doblan prudentemente el espinazo, ascienden difícilmente en el escalafón. (...) La transición política que cambió el rumbo de nuestra sociedad no ha sido acompañada, sino en sus aspectos más superficiales y mediáticos, de una transición cultural".


Y desde que Goytisolo escribiera estas palabras los males de la literatura se agudizaron. Con la infame y corrupta información y crítica literaria que desde los medios se ejerce sobre la literatura, se termina al tiempo con la existencia de las necesarias y auténticas librerías que conformaban fondos donde el lector podía acudir a solicitar oibras no "de actualidad" únicamente. Grandes superficies, lista de libros más vendidos, personajes y personajillos que tras ser jaleados en televisiones, radios, papeles impresos, con sus rostros y palabras más o menos rituales o necias, bien aleccionados por sus patrones, obligan a que, mientras se amontonan en escaparates y espacios en los establecimientos a ellos dedicados, las librerías no cuenten apenas espacio para otros silenciados por los medios, incluso a que devuelvan paquetes sin abrir de pequeñas o medianas editoriales, a que no concedan más de quince días de existencia a los libros que se libraron de la quema y encontraron un hueco en sus estantes. Pero quienes dirigen el negocio editorial o departamentos del Ministerio de Cultura se limitarán a hablar de títulos editados, facturaciones en millares de euros, índices de ventas, etc.


No, ya no vivimos en los tiempos en que Walter Benjamin escribía lo siguiente sobre la crítica literaria: "El crítico es un estratega entregado a la lucha literaria. Los libros y las putas tienen sus tipos respectivos de hombres, ese que vive de ellos y que los explota. En el caso de los libros es el crítico". No, ahora la cuestión es distinta, más sencilla: el crítico y el informador literario no son libres, aunque ellos si se lo crean: son simples asalariados de quienes controlan la publicidad que impone de qué autor ha de informarse exhaustivamente, preparando la venta de sus obras primero para qaue el crítico bendiga el producto después. Periódicos, radios, televisiones, ¿acaso no obedecen a dueños obsecenos?. ¿Y qué ha de importar que entre ellos se peleen y pugnen por alcanzar mayor cota de influencias y poder si en el fondo la única ética y moral que conocen y por la que se guían es la que impone la acumulación de billetes de banco?. Y de quienes informan, ejercen la llamada crítica literaria, es mejor olvidarse: ellos se limitan a obedecer a quienes manejan el mercado de la corrupción.



Los Thyssen y las responsabilidades políticas y criminales.

El terror y el crimen también, a la hora de juzgarlos, dependen del poder económico y político que los enjuicia. Este puede enaltecerlos y darles máximos honores o conducirlos a la prisión y la horca. Durante décadas, bajo el régimen franquista, se acogió en distintos lugares de España -caso paradigmático fue el de Zahara de los Atunes donde no solo veranean los de la farándula, como se dice, sino personajes como Mayor Oreja- a connotados terroristas nazis. Pero los nazis no eran unos cuantos denostados nombres, un puñado de militares analfabetos fascistas y sin escrúpulos a la hora de convertirse en genocidas. Ellos fueron aupados al poder, apoyados vehementemente, por políticos, intelectuales, banqueros, eclesiásticos. En algunas ocasiones se ha citado a banqueros e industriales. Como los Thyssen, cuyo barón terminó instalándose en España. Los nazis, aparte de convertir en carne quemada a media Europa, esquilmaron importantes obras de arte y hasta desarrollaron óperas y grandes conciertos, que los hombres de las letras no ganados a su causa tuvieron, con suerte, que exiliarse. El barón Thyssen y su segunda, creo, mujer, española sin más relevancia que sus posibles encantos físicos, fueron aclamados por nuestros demócratas, los que pactaron anular la memoria histórica española pero otorgaron franquicias a los culpables de otras memorias más olvidadas. Poder, cultura, crimen y terrorismo, forman buenas camas redondas en las llamadas democracias. Y a mí no me gusta visitar en Madrid el museo cuyo nombre trae a mi sensibilidad no los cuadros que albergan sus salas , sino los que mi imaginación recrea en la memoria qaue hace muchos años me llevó a pasear por los campos de Auschwitz o Birkenau o a rememorar los libros que al tiempo que me hablaban de la hecatombe de la segunda guerra mundial describían bucólicas escenas en castillos y palacios donde se reunían los hitlerianos con los cultos industriales y aristócratas alemanes. Dejemos a ellos o sus herederos que ahora alternen con nuestros príncipes o políticos sin memoria.


Las palabras de Aznar.

Aznar no es el culpable de las palabras que pronuncia. Aznar lleva razón en lo que dice. Ayer era el apoyo a quienes ordenaban las masacres de Irak. Hoy es el que pide más dinero y poder para la banca, la gran industria, para que se termine con el llamado estado de bienestar: más horas de trabajo, menos vacaciones, contención de los sueldos, menos recursos para la sanidad, la educación, la cultura, que se alargue la edad laboral, que se bajen las pensiones, que la ley del látigo se imponga en las empresas, que... Sigue pronunciando conferencias (?). Sus rebuznos tienen el oficio de las palabras y por eso hay que pagarle cuantiosas cantidades económicas. Quisiera regresar al poder absoluto, pero ciertas trasnochadas formas de la llamada democracia, de la que abomina aunque se le llene la boca hablando de ella, retrasa sus planes. No. Aznar no es culpable. Le reciben estadistas de todo el mundo, le agasajan Universidades, premios Nóbeles son sus amigos y aliados. ¿Culpables? ¿No recogen sus palabras cada vez que -recordemos, él no rebuzna, que aprendió a hablar, incluso en inglés- todos los medios de comunicación? Nadie ha planteado que éstas pudieran caer en el vacío, que se las silenciara definitivamente. Y nadie recuerda que pudiéramos rescatar un brillante título literario que con leves retoques nos permitiera escribir: escupiremos sobre tus palabras.


Hacia un nuevo, cada vez menos oculto, fascismo.

El capitalismo y la lucha por el dominio de los mercados desembocaba siempre en guerras, locales o mundiales, y con frecuencia en el advenimiento de regímenes políticos fascistas. Nos encontramos hoy una vez más en otro ciclo de tan criminales, terroristas consecuencias para los pueblos. Su voracidad no se detiene ante nada. Y los partidos de izquierdas -atendemos al lenguaje usual, no a la realidad del concepto- caen en el error de allanarle el camino. Así fue a lo largo del siglo XX. Así parece ha de ser en este siglo XXI, del que solo han transcurrido diez años, cuatro menos que en la gran carnicería del siglo XX. Lenta pero imparablemente, el fascismo se va instalando o situando para asaltar el poder, en toda Europa, de Suecia a Rusia, de Italia a España. Y ante ese terrible, devastador panorama, pocos son los que tienen no ya la capacidad, sino el valor y la inteligencia para denunciarlo. Prefieren engarzarse en cuestiones bizantinas y contiendas por mantener o alcanzar pequeñas parcelas de poder, atrincherarse en posiciones burocráticas y engañar al pueblo, cada vez más alienado, ayuno de pensamiento y libertad, que se deja llevar por la labor de zapa de los medios de comunicación al servicio de bancos, oligarcas multinacionales, iglesias y partidos que blanquearon sus orígenes e idearios fascistas pero que cada vez necesitan ocultarlos menos. Si el Gobierno es arrastrado a esa hecatombe, el Gobierno socialista, es porque desconoce la ética y la moral y prefiere suicidarse políticamente antes que denunciar a quienes, en España y en Europa le conducen a la esclavitud política y económica tan bien manejada por el Gobierno de los Estados Unidos. Las organizaciones sindicales y políticas son así no solo toleradas, sino subvencionadas a través de sus funcionarios por los fascistas y nos arrastran al vendaval que terminará por barrerlas también a ellas cuando ocupen el poder y ya queden libres de sus caretas, que aunque vistan de Armani o se llenen la boca con la palabra democracia no son sino herederas de los Franco, Hitler, Mussolini de antaño. Aquellos parecen restos arqueológicos, pero éstos ensayan nuevas formas de explotación, de controlar la libertad y aumentar la explotación económica: son los Aznar, Cospedal, Aguirre, Sarkozy, Merkel, Berlusconi, que incluyen los que aquí se las dan de nacionalistas, los Laporta o Mas.

¿No sería necesario luchar, socialistas, comunistas, sindicalistas, gentes sin partido ni organización contra el fascismo como mal absoluto, combatir la nueva noche de Walpurgis antes que tenderlos las alfombras sobre las que arrastran sus ansias de poder absoluto? Tensar la cuerda hasta el límite y que la desesperación económica les golpeara también a ellos aunque por ser rebeldes pierdan sus prebendas. Pero claro, los Prisa, Comisiones, UGT, parlamentarios socialistas o izquierdaunidos seguirán subsistiendo y constituirán incluso la excusa para que el neofascismo imponga el nuevo orden sin apenas oposición alguna, que si algunos rebeldes osan oponerse a ellos ya actuarán sin que, como gustan de decir, les tiemble el pulso para imponer el imperio absoluto de la ley. Al fin es su ley. De neoliberales a neofascistas. Y algunos intelectuales hablando del mal de Bolivia.


Sexo: escándalo y escandalizados

Los unos son provocadores, los otros meapilas o fariseos. El problema no es lo que escriben o hablan Sánchez Dragó, un tal Sostres, alguien que es médico y ejerce de alcalde de la ciudad de Onésimo Redondo. Palabras que en el fondo heredaron del nacionalcatolicismo, vigentes en la intimidad de una sociedad machista que vive en el chiste y la escatología bien alimentada por los programas de mayor audiencia televisiva, sociedad que cada vez sabe menos lo que es pensar y que gusta revolcarse en la ciénaga de sus inhibiciones y morales corruptas bendecidas por los señores de la mitra y el báculo. El problema es de dónde surgen, qué representan, quienes les alimentan, nombran y dan cargos en medios públicos o privados. Porque los que se alzan contra esas expresiones se disfrazan de puritanos y su moral es igual de reaccionaria. No es el placer sexual el que corrompe, sino los unos y los o las otras quienes pudren la realidad y belleza del sexo. Violadores, amantes de los cilicios, gentes que consienten, viven, o se lucran de la prostitución, aquí o allí donde van a buscarla, con mayores o menores, esa es la fauna que ora les aplaude, ora les condena. Inquisición, represión, fariseismo, péndulo en el que oscilan sus opiniones y actos. Un panorama desolador en el que Iglesia, judicatura, enseñanza, instituciones culturales, morales, políticas, graznan al unísono y las gentes refugiadas en los medios de comunicación ignoran no ya que se van quedando ciegas y embrutecidas sino que carecen de libertad en su sociedad tan democrática.


Aplausos y sonrisas.

Al, como siempre, magnífico artículo de Rafael Sánchez Ferlosio sobre el tema de los aplausos, podríamos añadir unas palabras que se aplicaran a políticos, periodistas, escritores, gentes que en los velatorios o entierros son entrevistadas sobre sus familiares o amigos muertos -otra ocasión para sufrir esa abominable expresión constantemente repetida de "sus seres queridos"-, deportistas, enfermos, gentes que aparecen en cualquier medio de comunicación en fotografias o entrevistas, víctimas o sobrevivientes de cualquier catástrofe, todos menos payasos: siempre sonríen a la cámara. Aplausos, sonrisas. El mundo es una farsa virtual y ellos tienen que aparecer como sus auténticos representantes.

Todos somos cobardes.

¿Hasta que límites nos condiciona el miedo?. En 1954 Herbert Marcuse -ya pasó la moda, el mercado selecciona y propaga el olvido- escribía: "La civilización se inclina hacia la autodestrucción". Y en Revolución y represión "Desde la rebelión de los esclavos en el mundo antiguo hasta la revolución socialista, la lucha de los oprimidos ha terminado siempre con el establecimiento de un nuevo y "mejor" sistema de denominación, el progreso ha tenido lugar a través de una cadena de control cada vez más eficaz. Cada revolución ha sido también una revolución traicionada"

La URSS. China. Europa Occidental. África. Irán. El miedo de las izquierdas. El apagón de la conciencia crítica. El desfallecimiento del ser racional. La vuelta al calvero en technicolor y cuerpos -los que se exhiben publicitariamente sobre todo- desarrollados y embellecidos. Solo existe el mercado y la televisión. Y el silencio y el miedo a luchar contra su poder. Naedie quiere descolgarse de este camino hacia la destrucción, hacia los últimos días de la humanidad.Vivimos tiempos de miedo, no de revoluciones. De acomodo al espejo del estado de bienestar. No sea que por intentar rebelarnos caigamos en la ciénaga en que tantos se asfixian. Por hambre o por represión. ¿Y la mujer, ha conseguido ya lo que con sus luchas buscaba? Por lo menos es ya objeto de deseo y no lapìdada. ¿Y los lapidadores? No conviene, aunque su sociedad no tenga más desarrollo que las feudales enfrentarse a quienes a su vez se enfrentan a los Estados Unidos. ¿Y los Estados Unidos? ¿Quién no envidia sus éxitos deportivos, científicos, su bienestar económico, incluso, aunque no lo confiesen, su expansión imperial? Y además, ¿de qué sirve la protesta? Curémonos en salud: nada se puede hacer, y el recurso a la impotencia impide que hablemos de nuestra propia cobardía


Colaboraciones


CARLOS TAIBO


Estado de alarma


La huelga que los controladores aéreos han desarrollado los días 4 y 5 de este mes tiene varias dimensiones diferentes. La primera nace de la condición, singularísima, del colectivo profesional afectado. Sus altos salarios predisponen a un rápido juicio descalificatorio que pasa por alto --parece-- circunstancias interesantes. No sólo eso: facilita el asentamiento de una posición muy extendida, casi universal, en nuestros medios de incomunicación. Si uno tiende a simpatizar espontáneamente con un trabajador en huelga, nuestros medios --no hace falta señalar a qué intereses responden-- asumen literalmente el camino contrario. Tal vez por ello sólo se avienen a recoger opiniones de ciudadanos indignados que prescinden de cualquier consideración de las razones que han podido conducir a los trabajadores --sean quienes sean éstos-- a asumir una medida delicada.

Tengo grabada en la retina la dura declaración formulada, ante las pantallas de televisión, por una señora airada: si alguien falta al trabajo --dice-- debe ponérsele de patitas a la calle. La señora en cuestión no forma parte, con certeza, de un grupo parafascista. A buen seguro que se trata, antes bien, de una modesta y desideologizada celadora o de una cajera de un centro comercial. Aunque uno puede entender su ira momentánea, hay que preguntarse cómo reaccionaría esa misma persona en caso de que se le anunciase repentinamente que su jornada laboral ha sido objeto de una sensible ampliación al tiempo que su salario se ha visto reducido. ¿No sopesaría seriamente la posibilidad de asumir entonces, como respuesta, una huelga salvaje? Pues eso es lo que, al parecer, ocurrió el viernes 4 con los controladores aéreos.

Mayor relieve tiene, con todo, otra dimensión, que nos obliga a preguntarnos por el sentido de fondo de un sistema que permite que los dirigentes políticos, haciendo uso --nadie lo duda, y esto es por sí solo suficientemente grave-- de sus prerrogativas, cancelen de forma unilateral las normas laborales previamente pactadas. Como quiera que el caso de los controladores es muy sensible --y sirve para que José Blanco haga uso de la más fácil demagogia social, autoconvirtiéndose, caramba, en defensor de los desvalidos el mismo día en que el Gobierno español retiraba ayudas básicas a los desempleados--, mejor será que recordemos lo ocurrido en el metro madrileño el pasado verano. También aquí las autoridades --en este caso las de la Comunidad de Madrid-- decidieron unilateralmente tirar por la borda lo estipulado en un convenio colectivo. ¿Es razonable describir como salvaje la huelga que siguió y no echar mano del mismo adjetivo para dar cuenta de la conducta de quienes, con el marchamo de sus democráticos títulos, deciden saltarse a la torera, de forma interesada, las normas previamente acordadas?

Hay, claro, una dimensión más, muy delicada, en lo ocurrido los últimos días. La militarización de un servicio, la declaración de un estado de alarma y la posibilidad cierta de aplicar a los trabajadores draconianas leyes militares bien pueden configurar un adecuado banco de pruebas para lo que se avecina. Y ojo que no estoy pensando ahora en los controladores, en los que se reúnen --es cierto-- circunstancias muy singulares. Hablo del común de los trabajadores, víctimas de agresiones sin cuento que afectan, ya, a sus derechos laborales y sociales más elementales. El mensaje no puede ser más claro: si no aceptan, sin pestañear, las normas que el capital dicta y que nuestros gobernantes se encargan sumisamente de aplicar, ya saben a qué se exponen. Mucho me temo, en otras palabras, que lo ocurrido estos días bien puede reaparecer, bendecido por el aplauso de una ciudadanía cada vez más atontada, en los sectores económicos más dispares. Y esto sí que remite a una situación alarmante de la mano de una suerte de estado de excepción permanente, con los ministerios de Interior y de Defensa supuestamente peleando por los derechos de los desvalidos. .

Como no hay mal que por bien no venga, lo suyo es que recuerde, en fin, que el fin de semana sin aviones

--y sin la contaminación y el dilapidación de recursos consiguiente-- que hemos dejado atrás bien puede ser un anticipo de lo que, las cosas como van, y por inexcusables razones medioambientales, nos veremos en la obligación de hacer en los años venideros. Aunque no fuera ésa, claro, la intención de los controladores.


4 comentarios:

maravillas dijo...

La libertad de expresión siempre tuvo ideas, pensamiento e ilusión en alcanzarlo. La libertad de expresión es una buena cosa, humana por naturaleza. A ver si con todo este "sarao" del Wikileaks, no nos la limitan, Andrés, y nos permiten seguir interactuando, libremente, en esta revolución de la comunicación, que llaman la red de redes ¡Por la libertad y la palabra! ¿Se puede, acaso, vivir sin pensar libremente? ¿Necesita un visado la palabra? La libertad tiene un monte de ecos, un río caudaloso de pensamiento y una fuente de esperanza.

Borja dijo...

Desde luego me va a resultar difícil encontrar un análisis más completo. Y es que preocupa el aborregamiento general, pese a que con mucha razón se apunta, en este caso se trata de unas circunstancias muy singulares.


Felicidades por el blog, un documental de Miguel Hernández en la 2, me llevó a un libro olvidado y amarillento en casa de mi abuela y desde él acabé aquí.Una carambola muy placentera.

Carlos M. Aguirre dijo...

Querido tío "monstruo". Verdaderamente incendiaria tu antorcha. Te dedico un latinajo:

Si mundus es contra veritatem,
Athanasius contra mundum!

Brindo por ello: Contra mundum!!!!

Higorca Gómez Carrasco dijo...

Debemos exigir por lo menos eso, libertad de palabra, de pensamiento, poder expresar aquello que llevamos dentro, eso sí, siempre con el máximo respeto, pero libre, buen trabajo. Yo le deseo un feliz año MMXI

La Linterna del S. XXI