lunes, 14 de septiembre de 2015

Número 95


ÉXODOS Y FOTOGRAFÍA DE UN NIÑO MUERTO


Un niño de apenas tres años muerto sobre la playa desierta. Su cadáver arrojado por las aguas en la foto, muda, como el mundo que la contempla. Sin rostro, palabras, historia, se convierte en noticia de primera página en la prensa o en las televisiones de todos los países. Un segundo de gloria que no podrá disfrutar, y que oculta a los miles de niños devorados en mares por tiburones, en desiertos por las hienas, abatidos en bombardeos o ráfagas de ametralladoras, destrozados por depredadores sexuales, vendidos por traficantes en los territorios "civilizados". Tiburones, hienas, humanos, culpables o beneficiados de estas muertes, no aparecen en las fotos. pero la imagen del cuerpo abandonado en las arenas de la playa, ha sido difundida por todos los medios de comunicación del mundo, un día que ya nadie recuerda y sirvió para mostrar la escenificación de los hipócritas, las frases rituales de los corruptos políticos, los esfuerzos por aunar caridades coyunturales que acallen los gritos y revueltas que debieran arrojar a otros abismos a quienes durante décadas vienen siendo culpables de estas historias. Porque las lágrimas de cocodrilo nacen con inmediata fecha de prescripción.

Emigraciones económicas, políticas, no surgen de la nada: sus causas son conocidas: latrocinio de las grandes compañías  económicas sobre los territorios cuyas riquezas esquilman y en los que colocan a títeres que gobiernen a su servicio en medio de la crueldad y las explotaciones más inicuas, guerras ininterrumpidas y masacres sobre sus pueblos para apoderarse del petróleo, los minerales, el trabajo de pueblos condenados a la explotación o el exterminio. Ellos, los importantes, los millonarios, quienes impulsan las momentáneas obras de caridad ante el estupor causado por la imagen del cadáver del niño arrojado al amanecer a la desvaída playa -si hubiera sido depositado en la profundidad del mar, él y decenas como él, no se hubiera causado este revuelo- son los culpables de  las torturas de quienes logran salvarse en estos éxodos ininterrumpidos a los que su voracidad les empuja, de las muertes de quienes nunca tendrán nombre ni fotografía que hable de ellos, Tras la representación escenográfica del esperpento montado para ese segundo de catarsis colectiva, volverán a sus tareas, reuniones, negocios bursátiles, páginas de couché de los grandes semanarios, espectáculos recreados por las grandes televisiones que muestran el lujo y la felicidad que aureola estos miles de millonarios que ostentan su poder con sus grandes marcas comerciales, modas, joyas, vestidos y calzados fabricados por otros miles de niños explotados en países que llaman subdesarrollados, electrónica, automóviles, y mantenimiento de músicas, literaturas, artes, cine, viviendas lujosas, paraísos vacacionales y bancarios en los que exhiben su poder..
Los mismos niños que murieron ayer continúan muriendo hoy. Con menor ruido. Bajo las aguas de los mares. En camiones que los transportan y abandonan ante la llegada de la policía, víctimas del gas. Pero uno de ellos fue fotografiado, escenificado en su tragedia. La culpa parece reducirse a una palabra: "mafias". Gobiernos, capitalistas, banqueros, lanchas policiales, fuerzas que llaman del orden público, alambradas, componen esa "banalidad del mal" de la que hablaba H. Arendt: en el nazismo los "funcionarios" expulsaba a los quemados convertidos en humo hacia el cielo, ahora se los arroja a la fosa del mar, en ambos casos -Celan- "no se yace allí estrecho".

Fácil resulta reducir el holocausto a lugares como Auschwitz. Difícil pensar que no terminó allí: que se reanuda año a año en países de todo el mundo. Y mirar para otro lado. Palabras al fin. Y uno, frente a la caridad, todavía recuerda lo que era la insurrección, al menos en las palabras y los pensamientos.

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