lunes, 3 de julio de 2017

número 132


DE ELECCIONES.  EL HOLOCAUSTO DEL PENSAMIENTO



Las nuevas elecciones políticas, sea en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España, para el Gobierno o para un partido, muestran como ya no existen periodos de reflexión, exposición y debate crítico de programas concretos entre quienes han de votar, dudas y aportaciones para exponer problemas no coyunturales o de mera organización, sino fundamentales, del presente y, sobre todo, del futuro. Todo se ha convertido en espectáculo. Basta un teléfono, una tableta, 3 líneas machacantes que usen dos o tres eslóganes que se repiten continuamente, ataques groseros y reiterativos a los contrincantes, unos vivas y unos mueras y concentraciones donde solamente habla el que aspira a ser dictador y busca aplausos y gritos de apoyo al líder y no razones.
 
No faltan  las continuas apariciones en televisión y otros medios que dicen comunicativos y sobre todo la reiteración de mensajes tan simples como falaces y ayunos de contenidos, huecos y alienantes, para arrastrar entre los militantes  el fervor que les exigen y anular las controversias y razonamientos. Músicas, banderas y palabras como mercancía publicitaria. Y reprobación de los "otros" que no excluye la mentira o lo escatológico.
 
En resumen: mítines constantes y lenguaje primitivo. Así se conquista una Nación o un partido. No hablemos de los contrarios que siguen caminos paralelos a los de los vencedores.
 
Hace siglos escribió Montaigne:
Fundar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación de los demás y adoptar un fundamento demasiado incierto y confuso. En particular en un siglo corrompido e ignorante como éste, la buena estima del pueblo es injuriosa.
 
¡Qué escribiría si viviese en el siglo XXI!
 
Y Robert Walser, en 1940:
Como los dictadores surgen casi siempre de las capas bajas del pueblo saben exactamente lo que el pueblo anhela. Al hacer realidad sus propios deseos, hacen realidad los de los demás. Al pueblo le gusta que se le preste atención, que se sea, ora paternal y cariñoso, ora severo con él. De este modo se le puede convencer incluso para ir a la guerra... Vivir bajo tutela y ser maltratados es el máximo honor al que podemos aspirar. Pero someterse es mucho más refinado que pensar. Quién piensa se subleva, y esto es tan feo, tan nocivo...
 
Ya escasean los seres solitarios que vean, escuchen, piensen. Que odien los aplausos, las concentraciones y aclamaciones. Hemos llegado al gran holocausto del silencio en la sociedad del vocinglerío, y del pensamiento y la sensibilidad en la instauración comercial del mal gusto y la engañosa publicidad. Es el progreso. Todos uno, uno todos. Felices. Que las masas, en el fútbol, los conciertos constantes de melopeas ruidosas y luminosas y movimientos esperpénticos y hasta salvajes, propios para la alienación colectiva desde que se es muy joven, o  las grandes concentraciones festivas de líderes y Vírgenes, organizadas y desarrolladas de forma similar, también patrióticas -que nefasta la palabra Patria-. Todos se identifican en la turbamulta gozosa y aparentemente feliz. Solo falta en nuestra actual civilización, que no en la de otras religiones, el viejo espectáculo de las iglesias cristianas: que en las plazas públicas, ante el júbilo del pueblo, se queme o ahorque a los pensantes, a los críticos, a los solitarios, a los diferentes. Pero cada vez quedan menos herejes. Aquello de marchemos todos juntos y yo el primero por la senda del espectáculo del mundo que ha conseguido aunar política, literatura, sexo y vida, confluye en el gran mercado publicitario donde se queman las palabras y los pensamientos -y hasta se organizan en todas partes Ferias del libro, por ejemplo, para consumarlo.
 
A veces, cuando uno reflexiona así, no puede por menos de preguntarse: ¿para qué y para quién escribes estas cosas? Y tras largo silencio tal vez pueda responderse: para mí mismo. Si no fuera por las palabras, las dudas, y los razonamientos que te impregnan sobre su uso, te resultaría imposible continuar viviendo. Y además así podrás recoger con orgullo que alguien pueda llamarte cavernario, pesimista, retrógrado, porque al hacerlo ignora que entonces sonreirás y serás tan feliz como cuando las escribes, aunque para nada puedan trascender, porque te sientes humano y consciente de que uno no será uno sino el que huye de que uno sean todos.


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