viernes, 5 de octubre de 2018


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Número 149
 

 
                   LA CENSURA NUNCA MUERE
 

 Preámbulo.

 

 

                                  La realidad es una antorcha, pero gigantesca; de ahí   

                                                que todos intentemos pasar a su lado con los ojos 

                                  entornados, temiendo incluso quemarnos.

                                                          

                                                                   J. W. Goethe

 

Durante los meses que van de julio a octubre, solo he podido publicar dos de mis Antorchas. El motivo ha sido que estaba terminando dos libros, he tenido que pasarlos de mis cuadernos -suelo utilizar al menos tres para cada obra y sus distintas versiones- al ordenador, y afortunadamente, ya hoy, están en manos de sus editores. Cuando vaya a publicarlos hablaré de ellos.

 

Puedo regresar ya a mi Antorcha, que tanto me complace, para hablar de política, literatura y sociología, con una mayor dedicación, y lo inicio con un tema de candente actualidad  .

 

La censura nunca muere.

 

Existen muchos tipos de censura, a la política sucede la económica. Pero la política nunca muere. : condena al silencio a los disidentes y críticos muchas veces e incluso -con la influencia de la terrible Iglesia católica y sus autoridades sigue siendo, al parecer, perenne- actúa políticamente. Sobre todo en España. Que no puede olvidar, para muchos disfrazados de demócratas, los cuarenta años de franquismo en que las ideas retrógradas y la persecución de los artistas favorecía sus intereses.

 

Particularmente, en los años 60 y 70 -etapa de Fraga Iribarne- la censura me prohibió la publicación de seis libros. Pese a los intentos, conversaciones e incluso cambios que me propuso Carlos Barral, que intentó con ellos, al fin no autorizaron la novela que él pretendió publicar. E igual ocurrió con otras editoriales.

Un autor de la tesis que ha realizado en universidades francesas sobre mi obra, el profesor , Carlos Sainz Pardo, indagó estos años en los archivos para sacar los informes censoriales sobre mi obra. Había varios informes: el político, el religioso, el ideológico, el social e incluso uno literario. No olvidemos que Camilo José Cela fue, por breve tiempo, también censor. El más divertido era el último. Decía sobre mis dos novelas que estaban bien escritas y le recordaban a algunos franceses contemporáneos, por lo que podían ser más dañinas para los lectores.

 

Mas regresemos a nuestro tiempo histórico. Un libro del escritor vienés  nacido en 1912, Jean Amèry, que estuvo internado en Auschwitz de 1943 a 1945 y se suicidó en Salzburgo en 1978,  dejó, entre otros libros, uno majestuoso: Más allá de la culpa y la expiación.

No solo es un exhaustivo análisis del hitlerismo, sus métodos de tortura y exterminio, sino también un análisis de la culpa de gran parte del pueblo alemán con el sistema. Lo contrapone a intelectuales como Thomas Mann que huyeron antes de ser detenidos para combatirlos desde el exterior.

Echamos de menos testimonios semejantes en España. No se trata de la política espectáculo, reducido todo a Franco o un puñado de generales fascistas, sino de analizar la propia culpabilidad de parte del pueblo español, profesionales, intelectuales e incluso trabajadores. Pero este es un tema que analizaremos en otros trabajos más adelante.

 

Dice en su prólogo Jean Amèry:

Los protagonistas del "milagro económico alemán" incapaces de condolerse de las víctimas, activaron mecanismos para "superar", es decir, olvidar, reprimir o minimizar su pasado criminal.

 

Nos recuerda la postguerra española. Mientras se torturaba, fusilaba, encarcelaba, o se forzaba el exilio, los trabajadores que tenían su sueldo, por parco que fuera, o gran parte de los miembros de la Real Academia Española de la Lengua u otras Academias, como los integrantes de la justicia y muchos profesionales, artistas y técnicos de cine, siempre hubo excepciones, o periodistas y literatos, miraban para otro lado y no querían saber nada de cuanto ocurría a su alrededor.

 

Y más adelante Amèry escribe:

 

en la escena política de Alemania Occidental todavía se encuentran en activo personalidades próximas a los verdugos porque, a pesar de la ampliación del plazo de prescripción para los crímenes graves de guerra, los criminales gozan de buenas oportunidades para envejecer con honores y sobrevivir triunfando sobre nosotros, como garantiza la actividad que desarrollaron en sus buenos tiempos.

 

Estas palabras las escribía apenas 20 años después de la desaparición del nazismo. En España es peor. Aquí no se celebraron nunca juicios para condenar el fascismo imperante del franquismo. Y 40 años después de la desaparición de Franco, en la llamada era democrática, todavía simples críticas a la religión, a la monarquía -que no olvidemos fue instaurada por el propio franquismo- son enjuiciados por magistrados, fiscales, políticos, en un ataque, que parecía debilitado, a la libertad de expresión.

Y terminamos con otra frase de Améry:

 

En los veinte años consagrados a reflexionar sobre cuanto m sucedió creo haber comprendido que todo perdón y olvido forzados mediante presión social son inmorales.

 

No es todo sacar unos huesos de una tumba para que se olvide cuanto ocurrió en el franquismo: es inmoral supeditarlo a un espectáculo y no a una continuidad de acusaciones a una de las épocas más innobles e inmorales de la historia de España.

Termino con una frase del inspirador de esta Antorcha, Karl Kraus:

 

El verbo expiró cuando despertó aquel mundo.

 

Se refiere al nazismo en sus orígenes. Nuestra palabra también fue secuestrada cuando triunfó el franquismo. ¿Ha de seguir estando secuestrada o desaparecida?

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