Porque moriría la palabra, se extinguiría la belleza, desaparecería el amor, no encontraría el pensamiento su flujo de conciencia, nadie se extasiaría ante el abrazo del primer día de primavera, marchitos y cerrados se mostrarían los labios sin palabras que pronunciar al posarse sobre otros labios, no brotarían las lágrimas de los ojos que contemplan el fin del ser que le acompañó en su trayectoria de vida, todo se tornaría gris, ritual, monótono, vulgar, feo. La Tierra se convertiría en un reflejo del paisaje del campo de batalla asolado por bombas de destrucción masiva. Y el ser humano vagaría por ella, sonámbulo y perdido, preguntándose que le falta, que no encuentra en estos pasos que le conducen hacia la nada.
Porque termino de leer una canción de Juan de la Cruz, el diálogo de una de las tragedias de Shakespeare, una secuencia de la novela Los hermanos Karamasov, un poema de Machado, una pesadilla de Kafka. Porque he seleccionado tres libros para in troducir ern la maleta que me acompaña en el tiempo de vacaciones. Porque de libros voy a hablar con la persona que me espera en la cervecería. Porque mientras la tormenta rodea y sacude mi casa y aúllan perros solitarios en el monte, las llamas de la chimenea iluminan los estantes llenos de libros en el refugio de la biblioteca que acoge mis horas solitarias. Porque me envuelven los acordes de un cuarteto de Beethoven mientras pienso en el amor y la muerte. Porque el silencio profundiza el gran misterio de la vida y del Universo. Porque quedan lejanas las voces del mercado y ninguna televisión, tertulia radiofónica, titulares de periódicos, nubla mis sentidos, adormece mis sueños, despierta mis odios. Porque las palabras escritas por los amigos, entrañables compañeros sin tiempo ni caducidad que conforman la obra de esas decenas de escritores que admiro, me abrazan repitiendo: la literatura es la vida, mientras exista literatura la vida no se extinguirá.
Que otros hablen de ganancias, nuevos soportes de expresión, éxitos y relaciones comerciales. Yo habito en la literatura todavía. Y sé, mientras viva, que la literatura no puede morir. ¿Cómo voy a discutir con vosotros, como voy a hablar de algo tan íntimo, necesario, profundo, como es la literatura, con quién no alcanza a comprenderla? Sería como si alguien intentara convencerme de que el aire no es necesario para respirar, los ojos para ver, el vino para beber, los labios para besar. La literatura es la única isla en la que el exiliado puede sobrevivir. Entonces, no me habléis de su muerte, que tampoco quiero que me habléis de mi propia muerte. Porque la literatura es solamente eso: vida. El único milagro cuya existencia puede ser comprobada.
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