Hemos vivido y vivimos en un mundo dominado por la violencia terrorista. Violencia terrorista no reconocida, disfrazada. La violencia del Poder. El poder encarna a fuerzas reales. Fuerzas económicas, religiosas, políticas, mediáticas, Que se amparan al resguardo y protección de la fuerza policiaca y militar. En casos extremos. Cuando masacran a sus propios pueblos, no dudan en desencadenar guerras civiles o intervenir con sus ejércitos y destructoras armas en otros países para imponer su dominio. Dueños de las masacres, las torturas, los exterminios genocidas. Cuando triunfan se amparan en "el imperio de la Ley". La ley legislada y aplicada a su antojo y conveniencia. Cuentan con sus lacayos funcionarios adictos y fieles: jueces, sacerdotes, empleados públicos. Mas cuando se le combate sin aceptar sus reglas del juego, ellos denominan terroristas a quienes lo hacen. También los banqueros, los oligarcas y grandes empresarios son terroristas. También se valen de los ejércitos de la comunicación y de los partidos políticos dóciles a su ejercicio despótico para imponen sus reglas económicas, sus estrategias de beneficiosx incontrolables, de corrupciones múltiples. Y a ese terrorismo inútilmente se le combate desde grupúsculos cada vez más incontrolados y mafiosos, carentes de ideas, incluso de planes estratégicos, confusos e incluso en ocasiones dominados por enemigos infiltrados en ellos, que desvían con sus min oritarias y esporádicas acciones el punto de mira de los auténticos terroristas. Son una panacea para éstos, que se sienten todavía más impunes gracias a su estéril quehacer, que podría durar años y años sin que en el fondo les afectara más allá de la molestia que puede causar una mosca pegajosa y zumbona.
No. Nosotros hablamos de oponer al terrorismo real otro terrorismo, al que hace tiempo han renunciado las denominadas izquierdas y sus intelectuales: el terrorismo de las ideas, de la crítica sin concesiones. El terrorismo no acomodaticio a los conceptos vaciados de contenido que jalonan nuestro sistema político y social. El que no acepte jugar en los campos que ha diseñado el Imperio y el capitalismo. Un terrorismo ideológico y práctico intransigente, no de pandereta y pancarta pactadsa cuando no de estómago agradecido. Un terrorismo de denuncia sin concesiones al mundo en que vivimos, la falaz democracia instalada en nuestras vidas como una rutina más que ha entronizado la explitación, la corrupción, la depravación ideológica, la castración y estulticia política, la miseria ética y moral. Solo cuando escritores y políticos, intelectuales y trabajadores de izquierda, impongan esta práctica en sus vidas y acciones podremos decir que la izquierda intenta poner de nuevo su pie y su grito en la historia.,
1 comentario:
Estoy de acuerdo contigo, amigo Andrés, en casi todo lo que postulas en este artículo. Simplemente, me gustaría hacerte una puntualización. Incluyes en tu texto a los empleados públicos en el grupo de “lacayos adictos y fieles”. Hombre, qué quieres que te diga. Ten presente que solo en la provincia de Madrid trabajamos bastantes más de doscientos mil funcionarios entre ayuntamientos, universidades y administración autonómica. En semejante colectivo, resulta imposible encontrar homogeneidad de ideas o de intereses. Sin embargo, es un tópico muy habitual pensar que todos los funcionarios vivimos pendientes de agradar al poder político y de medrar de esa manera. Me resulta triste que nadie comprenda que los empleados públicos somos gente normal (con dos brazos, dos piernas y una cabeza más o menos utilizable) que todos los días madrugamos para ir a una oficina de la Seguridad Social, o a un hospital, o a un parque de bomberos, o a una comisaría de policía, o a un juzgado, con la única intención de hacer nuestro trabajo lo mejor posible. Y aquí traigo a colación a tu buen amigo Saramago y su impagable “Ensayo sobre la ceguera”: ¿qué sería de nosotros si todo el tejido social que nos sustenta se viniera abajo?, y a menor escala: ¿qué sería de nuestra forma de vida si los funcionarios dejáramos de funcionar?
Otra cosa son los cargos políticos nombrados por el partido de turno, pero incluso esos altos cargos muchas veces solo desempeñan funciones técnicas bastante neutras orientadas al buen funcionamiento de sus servicios o direcciones generales.
En resumen: que los funcionarios también somos ciudadanos, votantes, sindicalistas (bueno, de los sindicatos actuales hablamos otro día, que también tiene tela el asunto) y a veces hasta mártires, aunque la sociedad nos vea como a los nuevos judíos que convendría gasear cuanto antes como solución a todos los problemas de la patria.
Un abrazo.
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