lunes, 1 de marzo de 2010

La izquierda ha sido y debe ser violencia y utopía

No hablamos de las consignas de un partido político, de las normas a las que ha de adaptarse un militante al que se le exige a atenerse a unos estatutos y obedecer las leyes del centralismo democrático, y menos aún de las señas de identidad de quienes hoy se autodenominan como partidos de izquierda. Hablamos del compotamiento que al margen de los dogmas definen la razón de ser, en el pensamiento y en la práctica política del revolucionario. En el compromiso consigo mismo y con el tiempo en que vive, con la sociedad donde desarrolla ese segundo que dura la existencia humana. Violencia para denunciar y luchar contra el Poder. ¿Qué es, conforma el Poder? El capital, la organización bancaria y empresarial. El Poder son los medios de comunicación. El Poder es la Iglesia. El Poder es la estructura del Estado. Y esta violencia ha de constituir el moitivo central de cuanto se hable, piense, escriba, actúe, sea en el trabajo, en la calle, en la cultura, en la vida cotidiana. No hablamos de la violencia revolucionaria que esa se da solo en determinadas circunstancias y coyunturas históricas. No nos referimos a la violencia individual, de minúsculos grupos u organizaciones clandestinas que no conduce a ninguna parte, tan fácil de desarrollar como de instrumentalizarla para la utilización política y social. Hablamos de la violencia contestaria, ideológica contra los medios políticos y culturales que conforman nuestra sociedad. Violencia contra pasividad, alienación, concepotos partidistas -democracia, justicia, estado de derecho, libertades, etc- pactos que solo favorecen al Poder, burocracia y aceptación de leyes en partidos y organizaciones sindicales que se dicen de izquierdas y solo conducen a la pasividad y sumisión, violencia contra la falta de imaginación, de ideas, de comportamientos de quienes se dicen herederos de los creadores e impulsores del socialismo. Ahondaremos en el tema.
Utopía como creencia en el futuro, en la imprescindible transformación de la sociedad que pasa por abolir la actual, en la regeneración contra la barbarie, sea hoy, mañana o nunca, se viva o se haya desaparecido, del que cree en ella. La moral, la ética, la práctica revolucionaria ha de alimentar la imaginación y la praxis de todo el que quiere tener cun comportamiento de izquierdas. Marx es más actual para el utópico que la sociedad de sonsumo, de la información y la comunicación. El utópico se niega a uncirse a las cadenas que a ella la encadenan. El revolucionario es quién utiliza esos medios para impulsar sus ideas y no para dejarse aplastar por su alienante poder. Quién se rebela para no balar como manso y silenciado cordero en el redil de la sociedad de consumo que rinde culto al nuevo profeta de la publicidad que dirige el mercado en el que tantas conciencias naufragan y se autodestruyen. Y que comprende que su imaginación individual ha de contribuir a la lucha de la imaginación colectiva.

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