algaradas
Elecciones 2011
Estamos implantando un sistema de comunicación a escala mundial, sustentado en raquíticas líneas de pensamiento. K. Krauss
Donostia 2016 y
Para los que amamos y buscamos la paz. El respeto al pensamiento, a la palabra, a quienes piensan de modo diferente al nuestro. Para quienes consideramos que Donostia, Euskadi, representa en estos momentos una apuesta por el futuro, no por el pasado. Para quienes odiamos todas las violencias, no aceptamos ningún terrorismo, venga de donde venga y lo practique quién lo practique, decimos que nada hay más pernicioso que el discurso excluyente, monótono e interesado de una política y de una cultura que más tienen que ver con procesos inquisitorialesque con apuestas por el diálogo, debates razonados, incluso con quienes se obcecan en no aceptarlos.
San Sebastián es una de las ciudades más hermosas de España. Vive no de espaldas, sino en el corazón de la cultura. El índice ilustrado de sus ciudadanos, véase tanto por ciento de lectores, tanto de periódicos como de libros respecto al resto de ciudades españolas, es uno de los más elevados. Ciudad de los festivales de jazz, de cine, la quincena musical, cuidadas editoriales y librerías, participación de los ciudadanos en la vida callejera, sea para jugar al fútbol –playa de
Desde Madrid, cada vez más convulsionado y tenso para lo que es la vida diaria, regido por quienes desprecian la cultura y solo piensan en especulaciones que no tardan en desembocar en corrupciones de toda índole, no podemos más que aplaudir la decisión de que Donostia haya sido electa como sede para ciudad de la cultura europea. La paz, la belleza, el arte, y la cultura entendida como multiplicidad de conocimientos, prácticas y distracciones lúdicas, y el respeto a lenguas y tradiciones propias, es lo que debe marcar una auténtica ciudad europea y estoy seguro que San Sebastián sabrá cumplir ese reto.
15 M. Las guerras, desde tiempos remotos a nuestros días, se han desencadenado por quienes desean expoliar las riquezas y los mercados de otros pueblos a los que buscan vencer, aniquilar, para imponer su dominio e impulsar su desarrollo político y económico. En estos momentos se desarrollan en distintas partes del mundo: petróleo, riquezas minerales, materias primas, rutas estratégicas. Pero existe otra guerra, aparentemente no cruenta, pero que causa igualmente numerosas víctimas. No necesitan de las armas –que si hiciera falta no dudarían en utilizarlas-. Les basta con dominar los organismos económicos que dictan e imponen las leyes a las que se sujetan los distintos poderes políticos sobre los que imponen su organización. Porque el mundo en general, y España y Europa en particular, se encuentran hoy sometidos al omnímodo poder de una máquina burocrática que domina no una cosa abstracta como mercados, sino pueblos y organizaciones concretas sojuzgados por banqueros e industriales, a los que sirven jefes de gobiernos, partidos políticos y organizaciones sindicales, y se someten la mayor parte de los medios de comunicación. En semejante estado de moderna esclavitud el ser humano no es más que una cucaracha kafkiana aplastada por la burocracia de la estructura aparentemente racional de ese súper estado. Recordemos un texto de América de Kafka, segunda década del siglo XX: “esa civilización encaminada únicamente al desarrollo de la industrialización, de una producción incontrolable, en la que el ser humano deja prácticamente de existir y solo es una pieza de la gigantesca máquina de producción. Ahora ya sabemos a quién sirve esta. Quién está detrás de “ Una vez más, Alemania, la vencida en dos guerras mundiales, se encuentra detrás de esta estrategia impuesta sobre Europa, ahora con otras formas y sin necesidad de hornos crematorios. A su servicio el invento de Es una guerra desigual en la que los campos de batalla se enmarcan en procesos dominados por la alienación de la mayoría que no se engancha a la lucha, la crisis interminable de los partidos políticos y organizaciones sociales que se dicen de izquierdas, la proletarización de las clases medias, y el miedo que somete con su corsé terrible a la mayor parte de los ciudadanos. Una vez más, como en todo proceso dramático, gran parte de los intelectuales se muestran sumisos, apenas se atreven no ya a protestar sino a razonar, prefieren ser eslabones de quienes ejecutan y dirigen las estrategias de choque, ampararse en ellos para no convertirse también en víctimas. Como siempre la libertad tiene un precio que la mayor parte de ellos no parecen dispuestos a asumir. Años después de clausurarse los campos de concentración nazis, un escritor alemán que fue muy joven combatiente del III Reich, Günter Grass, escribió: “El genocidio que Alemania planeó, ejecutó, toleró, negó y ocultó, y que no obstante estuvo y está a la vista de todo el mundo, sigue sin ser digerido, digerible, como una rueda de molino colgada del cuello de los alemanes, incluido a los nacidos después de todo aquello”. Eso podremos decir, desde ya, de quienes están conduciendo a los pueblos de Europa a su nueva esclavitud para beneficio de un puñado no de empresarios y banqueros sino de terroristas de guante blanco. Los genocidios no han parado, siguen alimentando los hornos de los holocaustos. Pero que no teman los jóvenes o viejos de nuestros días que quieren rebelarse: que la guerra en que participan es menos inhumana, de momento no causan víctimas, solo agudizan la explotación, las diferencias, y cercenan la solidaridad y la libertad. Lo que no es poco.
El otoño del movimiento 15-M Carlos Taibo
Vaya por delante que el título de este texto no incorpora ninguna metáfora. Nada más lejos de mi intención que sugerir que el movimiento del 15-M ha entrado en una etapa de declive. Quiero dedicar estas líneas, antes bien, a examinar un puñado de datos que, en un grado u otro, marcarán inevitablemente el derrotero de ese movimiento una vez llegue septiembre y --cabe suponer-- se retomen con radicalidad y fuerza las iniciativas. Lo digo porque, veamos las cosas como las veamos, parece inevitable que en los meses de verano se registre un reflujo en aquéllas.
El primero de esos datos lo aporta la conciencia del movimiento en lo que se refiere a la necesidad de desplegar, pese a todo, campañas de muy diverso cariz que, aunque no tan fuertes simbólicamente como las acampadas de las últimas semanas, mantengan encendida la llama de la contestación y del recuerdo. Estoy pensando, y son ejemplos entre otros, en la convocatoria de concentraciones en muchos lugares, en la preparación de las manifestaciones que deben registrarse el 15 de octubre, en las marchas a Madrid previstas para las próximas semanas, en el apoyo a la campaña de hostigamiento a los desahucios, en la extensión de las acampadas a localidades que hasta ahora no las han acogido o, en suma, en la internacionalización de muchas de las acciones hasta ahora desarrolladas.
Un segundo elemento que hay que tomar en consideración lo constituyen los previsibles efectos de la violencia con la que el movimiento, con certeza, va a ser obsequiado. En este momento sólo puedo enunciar una firme convicción : la fortaleza del 15-M es tal que también aquí las cosas han cambiado. Si hasta hace un par de meses la violencia represiva provocaba las más de las veces miedo y retirada, hoy se traduce, antes bien, en una firme y general voluntad de mantener convicciones e iniciativas.
El tercer dato interesante lo configura lo que puede ocurrir en el otoño en las universidades. No se olvide que éstas, como tales, apenas se han movilizado en las últimas semanas, y ello pese a que en acampadas y manifestaciones había, claro, much@s universitari@s y muchos jóvenes que han dejado la universidad hace bien poco. Es razonable intuir que en septiembre y octubre, en un período menos lastrado por los exámenes, se registre en las facultades y escuelas un repunte del 15-M que bien puede otorgar a éste un impulso muy saludable. Queda por saber, en un terreno próximo, si en el otoño asistiremos también a movilizaciones en los institutos; obligado parece subrayar al respecto que estos últimos han permanecido las más de las veces lejos de la efervescencia del 15-M.
El cuarto elemento que merece atención es la previsible convocatoria de una huelga general y, con ella, la perspectiva de que la oleada del 15-M empiece a hacerse valer con solidez en los centros de trabajo. La iniciativa de esa convocatoria tiene que correr a cargo, por lógica, del sindicalismo resistente, que sería lamentable se arrugase: lo que es un fracaso seguro es la no convocatoria de la huelga. Muchos de los conocimientos que creemos haber atesorado sobre esto sospecho que ahora nos sirven de poco, y que en la estela de una contestación que se extiende por todas partes no hay que desdeñar en modo alguno la perspectiva de un éxito de la huelga a la que me refiero. Dicho sea de paso: emplazaría ante decisiones insorteables a los sectores de CCOO y UGT que aún mantienen alguna voluntad de contestación.
SUMARIO
15 M. Oración laica: a la calle, ciudadanos.
Colaboraciones
Carlos Taibo. Sobre el programa del movimiento 15M
Carlos Taibo. Los medios y el programa 15M
Juan José Lanz (UPV/EHV) Opiniones mohicanas de un ciudadano
15 M. Oración laica: a la calle, ciudadanos.
Pregunta al Dios que no existe, pero cree reinar y estar en todas partes:
¿Qué ocurrió a partir del 15 de mayo del año 2011 en la Puerta del Sol de Madrid, en otras céntricas plazas de distintas ciudades de España, con repercusión en distintos foros europeos? ¿Acaso fueron sueños de noches de verano, estallidos lujuriantes de libertad que atrajeron la curiosidad o el aplauso de miles de ciudadanos deseosos de contemplar semejantes explosiones de emancipación y rebeldía? ¿Barrieron las sucesivas tormentas, atmosféricas o policiales, aquella coyunda de conciencias, movilizaciones de quienes se rebelaban a su papel de ciegos, sumisos, esclavos sometidos a la cosa de la corrupción del poder político y los manejos de los trileros, perdón, banqueros, oligarcas, terroristas expoliadores del trabajo y la vida de los ciudadanos? ¿Ha de quedar ya, cuando junio solea y agoniza, desmovilizada y silenciada la rebeldía, la imaginación, las actividades de quienes al fin se han alzado contra la mentira, la enajenación y el poder aliado de la Santa Trinidad única que gobierna el mundo: mercaderes, políticos, iglesias, bien propagadas por el Espíritu Santo de la gran mayoría de los medios de comunicación?
Sobre el programa del movimiento 15-M
Carlos Taibo
Aunque pensé que con el paso de los días las aguas iban a bajar más calmadas, lo cierto es que no ha remitido la discusión relativa a un supuesto programa del movimiento 15-M que se concretaría en cuatro puntos: reforma del sistema electoral, lucha contra la corrupción, mejoras en materia de división de poderes y control sobre los responsables políticos.
Conviene dejar sentado desde ahora que el alcance de ese programa es limitado. Nació de una de las muchas comisiones que operan en
Aunque el alcance de la propuesta mencionada es --parece-- escaso, creo que haremos bien en apreciar en ella un síntoma de algo que está ocurriendo y que puede reaparecer con fuerza aún mayor. Pienso, en primer lugar, en algunas de las consecuencias imprevistas, no precisamente saludables, del procedimiento de decisión que se está aplicando en tantos lugares: un método que, al desterrar el voto en provecho del consenso, permite prescindir, sin más, de un sinfín de propuestas que gozan de un amplísimo respaldo entre quienes las debaten. Al final, y de resultas, sólo salen adelante aquellas iniciativas que, por lógica, no suscitan controversia alguna. Nadie dirá, claro, que se opone a la instauración de medidas que castiguen la corrupción. No es difícil iluminar la consecuencia mayor del despliegue de ese procedimiento: el movimiento pasa a vincularse con un consenso de mínimos que se reduce a acuerdos en materias muy generales, que no parece llamado a tener ninguna consecuencia práctica --es curioso que los defensores de la fórmula que nos ocupa sostengan lo contrario-- y que deja manifiestamente descontent@s a much@s de l@s implicad@s.
Y es que, y por acudir directamente al ejemplo de las discusiones que con certeza se hicieron valer en la comisión madrileña de corto plazo, a buen seguro que en ellas se escucharon voces que, tras enunciar distancias con respecto a la democracia representativa y delegativa, defendieron orgullosamente el despliegue de fórmulas de democracia directa. El ascendiente de esas voces es nulo, sin embargo, en términos de una propuesta final que a la postre corre el riesgo de recoger un puñado de ideas que, bien que compartidas por tod@s, no prestan atención a percepciones muy extendidas entre acampad@s y asambleístas. En ese sentido, a la hora de analizar esa propuesta final tanto relieve tiene lo que dice como aquello que no dice. La ausencia, en paralelo, de unos principios programáticos que, mucho más amplios, recojan sensibilidades diversas se hace mucho más llamativa en un escenario en el que el consenso se traduce inequívocamente en una exquisita moderación que, ajena a cualquier suerte de pluralismo, deja inequívocamente descontent@s a much@s.
De discusiones como la invocada depende, ni más ni menos, la imagen del movimiento como un todo. He sostenido en las últimas semanas que en el seno de ese movimiento hay como poco dos almas (bien es cierto que al calor de las recién creadas asambleas de barrio está asomando alguna más). Si la primera la aportan los movimientos sociales críticos --el caudal de activistas y de propuestas que nacen de los centros autogestionados y okupados, del ecologismo, el feminismo y las redes de solidaridad que mantienen encendida la llama de la contestación, y del sindicalismo alternativo--, la segunda nace de l@s jóvenes indignad@s con la ignominia del sistema político y económico que se nos ofrece, comúnmente en activo proceso de concienciación. Me limitaré a enunciar una obviedad: como quiera que no nos podemos permitir el lujo de divisiones en un momento como el presente, es muy importante que las declaraciones programáticas del movimiento, y con ellas sus concreciones en forma de propuestas precisas, dejen espacio suficiente para que nadie se sienta excluid@ y para que tod@s nos encontremos razonablemente representad@s. Creo firmemente que el programa que los medios de incomunicación han aireado los últimos días, interesadamente, como el propio del movimiento 15-M no satisface, siquiera mínimamente, esa premisa.
Los medios y el movimiento 15-M
Carlos Taibo
He escuchado con frecuencia, en acampadas y manifestaciones del movimiento 15-M, que este último no puede quejarse del trato, razonablemente generoso, que ha recibido de los medios de comunicación. Semejante afirmación, un tanto sorprendente, encaja a la perfección con la condición de un movimiento que, saludablemente crítico con tantas cosas, parece poco interesado en contestar una de las fuentes principales de miseria que atenazan a nuestras sociedades.
Los medios de comunicación ‘progresistas’ ignoran, en suma, la que al cabo es la apuesta principal de muchos de los activistas que trabajan en el movimiento 15-M: la que, lejos de reclamar una reforma del sistema que padecemos, reivindica la generación de espacios de autonomía en los que, de manera autogestionaria, se apliquen reglas del juego muy diferentes de las hoy imperantes. En este sentido, los medios que nos ocupan no dudan en señalar que el movimiento debe contentarse con influir sobre otros --gobiernos, parlamentos, partidos, sindicatos-- o, en el mejor de los casos, debe asumir el ejercicio de pasar por las urnas para refrendar sus presuntos apoyos populares. No parece que lo anterior sea otra cosa que un ejercicio de ingeniería obscenamente encaminado a cortar las alas a un movimiento que, en virtud de su impulso inicial, busca con claridad otros horizontes. Para hacerlos realidad, cada vez parece más urgente que asuma una posición de franco distanciamiento con respecto a la miseria que difunden los medios ‘progresistas’.
En estos días he recibido varios correos electrónicos de algunos colegas y amigos en el extranjero que se preocupaban por la situación en España y por el movimiento 15-M. Podrían sustanciarse en estas palabras: “veo con una rara mezcla de estupefacción, intriga y deja-vu lo que esta pasando en España. Y la verdad... los análisis periodísticos de vuestros diarios no me alcanzan para entender hacia dónde van... […] ¿Como se vive esto por allá? ¿qué piensan en la “universidad” mis amigos intelectuales?”.
Las palabras que siguen, acertadas o confundidas, intentan dar respuesta a esas preguntas. Son opiniones personales, pero eso creo que no las descalifica. Precisamente porque son personales tienen un valor que también es necesario reivindicar estos días.
Esa es justamente nuestra pregunta: ¿Qué está pasando?
Tu carta, y la de otros amigos y colegas desde el extranjero, me ha obligado a poner en orden (o en desorden) algunas reflexiones que me llevo haciendo desde hace tiempo. Perdona lo largo de estas líneas que exceden lo propio de una carta y que avanzan más hacia el manifiesto. Son algunas impresiones desordenadas de un ciudadano cabreado.
Por supuesto, cualquier movimiento de reivindicación ciudadana de mayor democracia es siempre algo positivo y bueno. La incertidumbre es justamente la del gran devorador del capitalismo, que se engulle todos los movimientos democratizadores para canalizarlos en opciones que son escasamente democráticas.
Es lógico que la gente esté (estemos) harta: un 20% de paro, reducción de los sueldos (aquellos que los tenemos), un 35% de paro entre los jóvenes menores de 30 años, con un 45% de tasa de temporalidad, que reciben en más de un 50% ayudas económicas familiares, cuando no viven en casa de los padres; etc. La crisis de 2008 anunciaba a bombo y platillo “la refundación del capitalismo”, con un movimiento más humanitario, un reparto más igualitario de los beneficios, una menor acumulación de capital y una redistribución de la riqueza, etc. El resultado es básicamente el contrario: los grandes capitales, que fueron quienes causaron la quiebra de 2008, son los máximos beneficiarios del “nuevo orden”; los directores de los bancos, de las grandes empresas, etc. no sólo han aumentado el beneficio de sus empresas en tiempos de crisis, sino que además han aumentado desmesuradamente sus sueldos y sus propios beneficios, como consecuencia de “haber sabido gestionar bien la actual crisis”.
Para las grandes fortunas alemanas, la II Guerra Mundial fue el gran negocio: cuando estuvo Hitler, durante la contienda, y también cuando se perdió la guerra. Ellos nunca perdieron la guerra, pues siguieron enriqueciéndose y más tras la derrota. Algo parecido puede verse ahora. Las grandes empresas aumentan sus beneficios en tiempos de crisis a medida que los miembros menos favorecidos se hunden más. En consecuencia, lo que se ha producido es una fractura social mucho mayor que antes de la crisis: los ricos son menos en número pero inmensamente más en fortuna; los pobres son cada vez más y más.
¿Cómo se traduce esto en términos políticos? Fácilmente. Sarkozy y Angela Merkel dominan el cotarro absolutamente con un discurso filo-fascista (con tintes modernos, eso sí): los países mediterráneos deben dejar de vivir de las ayudas y los subsidios (que a Francia y Alemania son a los que más benefician) y empezar a producir de verdad, a los precios bajos que benefician a las potencias europeas. Merkel planteó hace unos días, en plenas elecciones, que los países europeos (implícitamente su mensaje iba dirigido a los países del sur de Europa: Grecia, Portugal y España) deberían igualar su jornada laboral, su jubilación y sus vacaciones, para así ser más productivos (implícitamente el modelo que se ofrecía era el alemán). Lo que no dijo Merkel es que, en comparación con España, los alemanes tienen más días de vacaciones anuales, trabajan menos semanales y se jubilan antes, en términos generales. El mensaje, en boca de quien declaró hace no mucho que el multiculturalismo había fracasado en Europa, reavivaba todos los tópicos culturales en los que se fundan la xenofobia y el racismo. El verdadero mensaje era el siguiente: produzcan ustedes a los precios de Bangla Desh para que nosotros sigamos enriqueciéndonos; sean los nuevos “turcos” de Europa.
Mientras tanto, ofrecen su cara más aparente amable, tanto Sarkozy como Merkel como en general la derecha europea, diciendo que están frenando a la extrema derecha, racista y fascista, tanto en Filandia (por ejemplo) como en la propia Francia, donde la ultraderecha gana puestos cada día. Nada dicen de ese nuevo Duce que es Berlusconi, por ejemplo, o del avance de la derecha filo-fascista en algunos de los países del este de Europa, o de la participación de la extrema derecha en el gobierno holandés.
Es significativo que los ataques económicos que se han sufrido en Europa y los famosos “rescates” hayan sido justamente de países con gobiernos próximos al centro-izquierda (sería exagerado hablar de social-democracia): Irlanda, Portugal, Grecia y España (aún no “rescatado”, pero objeto de claros ataques). Mientras la derecha, cada vez más radical y más extrema bajo la cobertura amable de un neoliberalismo que asume un capitalismo más salvaje, ha obrado los mayores desbarajustes en las economías de estos países, como muestra la gestión que el gobierno socialista griego tiene que hacer del desastre neoliberal de su precedente o la burbuja inmobiliaria que se produjo en nuestro país en los años noventa, que no provocó en cambio una bajada de los precios de la vivienda, sino todo lo contrario, un incremento radical (la media del precio de la vivienda en España es el doble de la media del precio en Europa) y un mayor beneficio de los bancos que daban préstamos como si regalaran el dinero. La derecha impone unas políticas económicas neo-liberales, que limitan con el capitalismo salvaje, mientras que a los gobiernos de centro-izquierda les toca gestionar con paños calientes esas políticas neo-liberales (y neo-conservadoras) al modo simple de “o cumples lo que te impongo (y dejas tus criterios éticos aparte) o vendrá otro que lo hará sin más preguntas”.
Son los países europeos más potentes desde un punto de vista económico quienes están estableciendo, a través del Banco Central Europeo, las condiciones de los préstamos a los países “rescatados”; condiciones que limitan casi con la usura. Y lo hacen con la seguridad implícita de que los pagos de la deuda se harán de cualquier modo, y en última instancia con una privatización no sólo de las empresas estatales, de sus edificios o de su patrimonio cultural, sino incluso de su suelo patrio. Del mismo modo que mi banco, le interese o no (que le interesa a largo plazo), se quedará con mi casa si yo no consigo pagar mi hipoteca en las condiciones cada vez más gravosas que me impone, los principales bancos que gestionan el Banco Central Europeo saben que en caso de que Grecia, Portugal e Irlanda y, probablemente, pronto España, no paguen sus “rescates”, podrán quedarse con el patrimonio público de estos países (vía privatización impuesta o de cualquier otro modo más sutil), o, dicho de modo más crudo y menos hipócrita, con esos países. Del mismo modo que, no nos engañemos, las grandes empresas son dueñas de aquellos países que viven para su producción exclusiva; llámese petróleo, ropa o como se quiera. No nos engañemos, no es Europa la que se hunde; lo que hay es una redistribución del sistema de poder en Europa encabezado por quienes no han dejado de gestionarlo desde un principio. Los demás somos simples convidados de piedra.
En un movimiento claro de la extrema derecha, se ha desposeído a la derecha política de cualquier dimensión ética. “La ética es de izquierdas”, se nos ha venido propalando. Con lo cual, la derecha política puede hacer lo que le dé la gana, sin ninguna cortapisa moral (no hay más que ver el caso de Berlusconi o evocar, sin ir más lejos, a George W. Bush), e impone semejante itinerario a la izquierda. Mientras tanto hemos acudido al desmontaje político de opciones ideológicas comprometidas. Las mismas calificaciones de “alternativos”, “anti-sistema”, etc. han servido para desmontar políticamente esas opciones ideológicas, mostrando que su participación en el campo de la política real, de los órganos verdaderamente decisorios, sólo puede ser de modo marginal. Las asociaciones ciudadanas, que tan importante papel desempeñaron en la Transición democrática, los grupos ecologistas, los movimientos por un mundo distinto, etc. tienen su cabida en el sistema siempre que no se planteen como una opción real de poder, siempre que respeten el estricto sistema de un orden político establecido y legitimado social y generacionalmente por el discurso de “lo que nos ha costado lograr este estado democrático”, “¡cómo nos hemos acostumbrado a esta fiesta de la democracia!”, etc. Fiesta y estado democrático en el que los índices de participación son cada vez más bajos (en torno a un 60% en los momentos de mayor auge), lógicamente cuando el único papel que se le da al ciudadano es la papeleta electoral cada cuatro años. No es de extrañar que sea cada vez mayor el número de ciudadanos no sólo indignados, como el manifiesto de Stéphane Hessel, sino realmente cabreados con un sistema que ignora sus preocupaciones día a día.
Es necesario, por lo tanto, una refundación de la democracia, como sistema participativo, una revalorización ética del sistema político (es indignante que las listas de los principales partidos integren a políticos imputados en diversos procesos judiciales; es más indignante aún que quienes han sido partícipes de la corrupción aumenten su rédito electoral). Es más, creo que lo que es necesario realmente es una refundación social de la democracia, con todo el contenido que ese concepto conlleva: no sólo mayor participación ciudadana en la vida política, sino una conciencia clara de la necesidad de un reparto social de la riqueza, de un proyecto humanista común, de una conciencia pública de la necesidad de construcción de un mundo diferente.
Me temo que la Europa que se ha construido en los últimos años no se plantea esos ideales. Me temo que el neo-capitalismo dominante en buena parte de nuestro mundo (e incluso en China, todo hay que decirlo) no comparte esos ideales. Me temo que los regímenes presidencialistas que se ocultan bajo la máscara de esos objetivos desconfían íntimamente del modelo democrático. En fin, creo que es necesario construir esa opción de modo radical y consciente, con una conciencia de verdadera opción política de poder; no como “alternativa”, ni como “anti-sistema”, sino como una “alternativa otra” y la posibilidad real de un “sistema otro”.
Siento que esta carta sea más extensa de lo que parece ser prudente en una relación epistolar. Espero que sirva para informarte de la impresión de un ciudadano que observa el mundo e intenta comprenderlo.
INDICE
15 y 22 de mayo. ¿Adónde vamos?
Colaboraciones.
El futuro del Movimiento 15-M.
Carlos Taibo.
¿Existe el imperialismo, es un fenómeno mundial o es puro pretexto inventado por los socialistas?
José Eduardo Vázquez. -profesor y ensayista. Cuba-
15 Y 22 DE MAYO. ¿ADÓNDE VAMOS?
. . .
Muchos somos los que pensamos, soñamos, alentamos una revolución que impida la barbarie y decadencia de la actual civilización. Pero también somos conscientes de la dificultad de organizarla, llevarla a cabo, con los medios y formas que sea e impedir que se vaya disolviendo a la manera de los fuegos artificiales en las noches de verano.
El futuro del movimiento 15-M
Carlos Taibo (para ‘
No es tarea sencilla la de pronunciarse sobre el futuro del movimiento 15-M. Lo más probable es que, conforme a la voluntad mayoritaria, se disuelvan antes o después las acampadas --es preferible cerrar racional y jocosamente esta etapa-- y se proceda a trasladar la actividad a barrios y pueblos. Todo ello en el buen entendido de que la posibilidad de restaurar el esquema inicial de concentraciones con poderoso eco mediático no quedará en modo alguno cancelada y de que, claro, el ritmo de los hechos puede ser diferente en los distintos lugares.
El tránsito del recinto del espectáculo mediático al más modesto de la acción local, aunque en modo alguno obliga a cancelar posibles iniciativas --campañas, manifestaciones-- de carácter general, parece deslizar el movimiento hacia una tarea más difícil y menos vistosa, al tiempo que, en sentido contrario, reduce los riesgos de burocratización y los intentos de coparlo desde fuera. No está de más que agregue una observación sobre la singularidad propia de la época del año en la que nos encontramos: la proximidad del verano tanto puede ser un inconveniente insoslayable --las iniciativas y las movilizaciones por fuerza se reducen en la mayoría de los lugares-- como una excelente oportunidad para recobrar fuerzas y plantear una ofensiva en toda regla a partir de septiembre. También hay que tomar en consideración el hecho, interesante, de que el movimiento ha visto la luz en un momento marcado por el final del curso en universidades e institutos, algo que a buen seguro ha reducido sus posibilidades de despliegue en unas y otros. La planificación al respecto de estas cuestiones --que invita a pensar inevitablemente en el medio plazo-- es, en cualquier caso, una tarea vital en el momento presente, tanto más si se convocan elecciones generales para el otoño.
Si se me pide un pronóstico sobre lo que entiendo va a suceder con el movimiento --y no sin antes avisar que en el camino penden varias incógnitas, y entre ellas los efectos previsibles de los intentos de moderar el discurso, por un lado, y de la violencia que el 15-M padecerá, por el otro--, me limitaré a plantear cuatro horizontes posibles. El primero no es otro que el vinculado con un rápido e imparable declive; me parece que semejante perspectiva es harto improbable habida cuenta de la vitalidad presente de las iniciativas y de la general voluntad de ir a más. El segundo nos habla de un eventual intento de colocar al movimiento en la arena política, a través de la gestación de una nueva formación o de la incorporación a alguna ya existente. Creo firmemente que las posibilidades de esta opción son muy reducidas, en la medida en que la mayoría de los integrantes del 15-M no parecen siquiera contemplarla. No puede descartarse por completo, sin embargo, una mecánica de divisiones y escisiones, en un grado u otro vinculable con este segundo horizonte.
Una tercera perspectiva nos dice que el movimiento podría dar pie a una suerte de extensión general, más bien vaga, dispersa y anómica, de formas de desobediencia civil frente a la lógica del sistema que padecemos. No descarto en modo alguno esa posibilidad, que sería una suerte de manifestación abortada de lo que me gustaría que cobrase cuerpo realmente: hablo del cuarto, y último, horizonte, articulado en torno a una fuerza social, que desde perspectivas orgullosamente asamblearias y anticapitalistas, antipatriarcales, antiproductivistas e internacionalistas, apostase por la autogestión generalizada e inevitablemente se abriese a las aportaciones que deben llegar de sectores de la sociedad que todavía no han despertado. Esa fuerza, que habría de acoger en su seno, claro, al movimiento obrero que todavía planta cara al sistema y se enfrenta a los sindicatos mayoritarios, provocaría el alejamiento de una parte de quienes en inicio se han incorporado a manifestaciones y acampadas.
Sólo se me ocurre aducir dos argumentos en provecho de la materialización del último horizonte mencionado: si, por un lado, en muchas de las asambleas realizadas en las acampadas se han revelado por igual una sorprendente madurez y una más que razonable radicalidad en los enfoques --se ha pasado a menudo de la contestación de la epidermis que suponen la corrupción y la precariedad a la del corazón del capitalismo y la explotación--, por el otro debemos dar por descontado que nuestros gobernantes van a seguir en sus trece, esto es, no van a modificar un ápice el guión de sus políticas. El hecho de que hayan decidido morir al servicio del capital mueve audazmente, en otras palabras, nuestro carro.
Ha llegado la hora de actuar unidos: las mesas de convergencia para luchar contra la crisis.
Hay consenso sobre una cuestión: el año de la crisis financiera de 2007 marca el final de un ciclo económico, social y probablemente también político. Treinta años de neoliberalismo han conseguido sustituir los ingresos salariales por los ingresos de la renta financiera e inmobiliaria, el sueldo por el endeudamiento y la especulación bursátil. El resultado ha sido una monumenal redistribución de la riqueza de abajo a arriba a nivel mundial. Los grandes beneficiarios han sido las rentas más altas del planeta: unos cuatro millones de personas con un patrimonio superior a un millón de dólares, casi tres millones residentes en los Estados Unidos, 140.000 residentes en España. Esta casta dispone de mucho dinero, mucha liquidez para gastar en productos financieros especulativos que pueden generar grandes pérdidas pero también enormes ganancias. Es un dinero que no necesitan porque ya lo tienen todo y que pueden jugarse a la ruleta de la bolsa. La constante reducción de la presión fiscal desde principios de los 1980 ha hecho imposible que cantidades cada vez más grandes de riqueza reviertan sobre el interés general, sobre los trabajadores y los territorios que han generado toda esa riqueza. Esto, y la larga precariedad laboral, ha provocado un colapso latente de las arcas públicas con lo cual los gobiernos –tanto de centro-derecha como de centro-izquierda- tienen cada vez más dificultades para financiar el cumplimiento de las leyes constitucionales: el derecho a la vivienda, a la sanidad, a una educación de calidad, a un medioambiente saludable, al trabajo etc. Esta situación se ha agudizado dramáticamente con el crack financiero del 2007. Los gobiernos han empleado cantidades exorbitantes de dinero público para rescatar a los mismos bancos que han provocado la crisis y ahora es toda la sociedad la que tiene que pagar ese rescate. ¿Qué hacer?
Los gobiernos occidentales están desde hace años en manos de las oligarquías financieras y empresariales. A pesar de que representan intereses minoritarios, a pesar de que no han sido elegidos por nadie son los que les dicen a los gobiernos lo que tienen que hacer, los que compran la deuda pública, los que la venden de forma especulativa provocando una crisis tras otra. Pagan los medios de comunicación, se apropian de las universidades y los hospitales públicos erosionando los derechos constitucionales. Pero el resto de la sociedad es mayoritario y tiene un poder potencial inmenso como se ha vuelto a comprobar en los países árabes. Este es el poder que hay que articular para conseguir que los que paguen los costes de la crisis sean los que la han provocado. ¿Cómo hacerlo?
Impulsando un proceso de convergencia se sectores amplios de la ciudadanía en torno a un programa mínimo antineoliberal, creando espacios abiertos y flexibles en los que se agrupe, se informe, discuta y luche pacíficamente por una salida justa a la crisis. En cada pueblo, en cada barrio tiene que haber al menos un núcleo de ciudadanos activos que han decidido remangarse: informarse sobre las verdaderas causas de la crisis y sus responsables, reunir a los grupos activos que ya existen en el barrio para que sumen fuerzas, lanzar iniciativas locales para combatir el neoliberalismo, ayudar a sus víctimas –deshauciados, desempleados, autónomos arruinados- para que no se vean solos, para que su desesperación no les lleve a culpar a los que no tienen la culpa de esta situación (otros desesperados, emigrantes) sino que arremetan contra los que sí la tienen (banca privada, políticos neoliberales). Un grupo de ciudadanos ha hecho un llamamiento a toda la sociedad para que diga „basta ya“, para que suscriba un programa mínimo común y para que pase a la acción. La idea es crear „mesas de convergencia ciudadana“ en todo el Estado, que todos los pueblos y todos los barrios tengan un núcleo de ciudadanos organizados dispuestos a dar la cara. A dar la cara para defender su dignidad como personas y como trabajadores. A dar la cara para denunciar públicamente a los causantes de la situación. A dar la cara para proteger a las víctimas creando una cultura de la solidaridad antes que de la competencia de todos contra todos. No interesa la adscripción partidaria, nadie tiene que dejar de pensar lo que ya piensa, nadie tiene que dejar de militar en su organización, su ONG, su asociación cultural. Simplemente se trata de ponerse de acuerdo en una serie de puntos básicos que cualquier persona mínimamente informada y de buena voluntad puede suscribir, se trata de luchar todos juntos contra la situación creada, de unir esfuerzos. Sobre todo se trata de incorporar al proceso a mucha gente que nunca ha participado en la política por las razones que sean. Lo importante es hacer cosas, hacer visible la resistencia, la oposición democrática a ese golpe de Estado financiero que amenaza con convertir la Constitución de 1978 en papel mojado, que amenaza con provocar una salida antidemocrática aprovechándose de la desesperación de la gente. Nadie tiene que cambiar su forma de pensar y tampoco se trata de utilizar las mesas para iniciar grandes discusiones políticas y programáticas. Los acuerdos se irán dando de forma natural, la cultura política de la ciudadanía irá aumentando pero si es la acción, la resistencia, la organización y la comunicación la que tira del carro, la que logra mover a muchos y diferentes. Esa es la tarea del momento: crear mesas, participar, coordinarse a nivel provincial, territorial y estatal. Todos somos imprescindibles. En http://www.redconvergenciasocial.org/ se puede encontrar toda la información sobre este proyecto que se está extendiendo por todo el Estado, sobre todo entre gente que no era muy activa políticamente o que no sabía en qué espacios participar. Te esperamos